Nieves Rodríguez Rodríguez

Un mundo como el que, en tanto que ciudadanos del siglo XXI, nos ha tocado vivir, ya no es el mundo de los espacios abiertos y las extensiones indeterminadas que llaman al explorador a recorrerlas. Al contrario: nuestro tiempo es el de un mundo seccionado, lleno de cortes y de fisuras que se han vuelto heridas o, en el mejor de los casos, cicatrices

nos ayuda a resituar nuestra propia óptica y recuperar una empatía que a menudo tenemos desentrenada.

Porque tenemos que reconocer que estamos empezando a olvidar cómo sentir. En especial cuando ese verbo se conjuga para sentir con otro.

Las noticias ya no nos parecen acontecimientos que les ocurren a personas distantes pero que forman parte de nuestra misma humanidad, sino meras novedades inocuas. La televisión, los medios de comunicación de masas y la sociedad del espectáculo nos han borrado las fronteras entre información y entretenimiento, entre realidad y ficción. Y además ha llegado internet, en especial a través de las redes sociales, para terminar de des-realizar los espacios informativos y convertirlos en materia para la mera opinión.

En el foro virtual todos tenemos una opinión. Y allí todos –sepamos o no, nos informemos o no– estamos equiparados. Tras la máscara del nick y el avatar nos comportamos como si llevásemos puesto el anillo de Giges, nos sustraemos al horizonte de la responsabilidad por nuestros actos y revelamos nuestra naturaleza como nunca lo haríamos con nuestro nombre y apellidos y nuestra cara al descubierto.

La humanidad es una idea vaga que casi no tiene efectos reales en nuestra vida. En la práctica, el círculo más amplio al que aplicamos nuestros valores sociales casi nunca es demasiado amplio: nuestros amigos y conocidos; los que piensan como nosotros; los que comparten nuestra religión, nuestra ideología, nuestra clase social; o incluso algo tan tonto como el círculo de los que tienen nuestro mismo pasaporte.

La humanidad es una idea vaga que casi no tiene efectos reales en nuestra vida. En la práctica, el círculo más amplio al que aplicamos nuestros valores sociales casi nunca es demasiado amplio: nuestros amigos y conocidos; los que piensan como nosotros; los que comparten nuestra religión, nuestra ideología, nuestra clase social; o incluso algo tan tonto como el círculo de los que tienen nuestro mismo pasaporte.

Soñé que el ciervo ileso pedía perdón al cazador frustrado.

Nemer ibn el Barud

. Al llegar a este país todo el mundo es extranjero. Yo lo soy. Tú lo eres. Ella lo es. Llegamos de lugares diferentes y con pasados diferentes. Pero ahora estamos todos en el mismo barco, ¿entiendes? Tenemos que hablar el mismo idioma nos guste o no. Es la única forma de dejar de vivir en nuestro propio mundo.

Si miro las estrellas con detenimiento llego a ver copos de nieve. Y cuando veo copos de nieve dejo de tener sed.

miro las estrellas.

Parecen islas flotando allí arriba.

Cuando estalló la guerra en mi país, las estrellas desaparecieron