Diego Vecchio

Diego Vecchio (Buenos Aires, 1969) es narrador, ensayista y traductor. Ha publicado Historia calamitatum (2000), Egocidios: Macedonio Fernández y la liquidación del Yo, (2003), Microbios (2006) y Osos (2010). Desde 1992 reside en París. Trabaja en la universidad de Paris 8 Vincennes-Saint Denis, dando clases de literatura hispanoamericana y talleres de confección de lenguas imaginarias y espectrales.
Foto: © Marc Llibre

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Rafael Ramoshar citeretfor 10 måneder siden
Cuando fue anunciada la ruptura y la flamante prometida rompió a llorar, para consolarla de este sinsabor James sacó el tubo de ensayo que siempre llevaba consigo y, recogiendo con sumo cuidado tres lágrimas, las observó en un microscopio y las sometió a un análisis químico.
En el humor lacrimal derramado por Miss Hodges, James Smithson identificó diversas sales minerales, entre las cuales figuraban el sodio, el cloro, el potasio, el calcio, el magnesio y una cantidad inesperada de fósforo, probablemente motivada por la amargura.
También descubrió que, al igual que los copos de nieve, cada lágrima poseía una arquitectura propia, determinada por la emoción. Las lágrimas de alegría eran romboidales, con ángulos agudos. Las lágrimas de tristeza, en cambio, adoptaban formas elípticas. Las lágrimas de aburrimiento, provocadas por un bostezo, al igual que las lágrimas basales derramadas de continuo para lubricar el ojo, se distinguían por su forma esferoidal.
Años más tarde, los estudios de Fourcroy confirmarían estos hallazgos
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Como es sabido, los grandes enemigos de los cuerpos embalsamados son las larvas, cuya glotonería por las golosinas momificadas no tiene límites. Más de un ratón de las praderas o una rana mugidora de Florida, disecados por manos inexpertas, al cabo de un tiempo se tornaron humo, polvo, sombra, nada
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–¡Objeción! –exclamó Kent Larson, senador de Alabama, poniéndose de pie, apretando los puños, con las venas de las sienes a punto de estallar–. Cuando un pueblo decide disolver los lazos que lo unen a otro, a fin de vivir según los derechos y deberes que imponen la libertad y la igualdad entre los hombres, conforme a las leyes de su Autor, resulta inadmisible volver a colocarle en los tobillos los mismos grilletes que rompió, vertiendo tanta sangre. Antes de aceptar un solo penique que provenga de una nación tan pérfida como Inglaterra y, para peor, de un bolsillo aristocrático, prefiero que me apliquen un torniquete en la cabeza y comiencen a girar la manivela hasta fracturarme el cráneo, haciéndome escupir los sesos por la boca, la nariz y el ano
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