Rebecca Tamas

Los Cavadores aprovecharon la oportunidad que les brindaban aquellos tiempos tumultuosos para establecer una suerte de protocomunismo cristiano que habría de poner fin al trabajo asalariado, la jerarquía de clases, la desigualdad económica, la propiedad privada, la hegemonía de los terratenientes y el cercamiento de las tierras comunales, que había dejado a buena parte del campesinado en la indigencia. Para lograrlo era preciso implantar el cultivo comunitario de la tierra, que enmendaría a un tiempo la explotación de la tierra y la de la humanidad. En The True Levellers Standard Advanced, publicado en abril de 1649, Winstanley exponía muchas de estas ideas:

Rompe al punto las cadenas de la propiedad particular, repudia el crimen, la tiranía y el robo que deriva de la compraventa de tierras, las posesiones de los terratenientes y el pago de las rentas, y consiente libremente en hacer de la tierra un erario común sin mácula [...] para que todos puedan gozar del beneficio de su creación.

Winstanley afirmaba, de hecho, que «la auténtica libertad se halla donde el hombre encuentra su alimento y su resguardo, que es en el uso de la tierra»

Podría parecer que el Antropoceno nos plantea un futuro distópico en el que la humanidad llora por el fin del mundo, pero el imperialismo y los colonialismos (de asentamiento) que siguen en pie no han dejado de finiquitar mundos desde sus inicios

La riqueza no es fruto del trabajo sino el resultado de un saqueo organizado y protegido

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como fue verdaderamente». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en un momento de peligro. [...] El único historiador capaz de encender en lo pasado la chispa de la esperanza es el que está convencido de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo, si este sale victorioso. Y es un enemigo que hasta la fecha cuenta sus batallas por victorias

En la antigua Grecia, la hospitalidad o filoxenia –literalmente, «amor al extraño»– era un principio fundamental de la vida social y religiosa. Según disponía el ritual de la hospitalidad, todo griego debía abrir las puertas de su hogar a cualquier viajero cansado que por allí pasara. Los anfitriones tenían que ofrecerle al viajero comida, bebida y un baño, y abstenerse de preguntarle nada hasta que hubiera comido.

Estas normas de hospitalidad entrañan graves riesgos: el de abrir las puertas a alguien potencialmente peligroso o desagradable, por ejemplo, o el de acoger a un dios e incurrir en su ira. Son normas que no se fundan en el deleite sino en la intimidad: la intimidad con los extraños recompensa la supervivencia, la perpetuación y el bienestar general a expensas del temor individual. ¿Seríamos capaces de ofrecerle esta clase de hospitalidad a lo no humano?

Seremos inhumanos como la más alta conquista del hombre. Ser es ser más allá de lo humano. Ser hombre no conduce a nada, ser hombre ha sido una limitación. Lo desconocido nos aguarda, pero siento que eso desconocido es una totalización y que será la verdadera humanización que ansiamos. ¿Estoy hablando de la muerte? No, de la vida

De acuerdo con este punto de vista, anteponer los deseos o necesidades de los seres humanos a los de otros entes no humanos parecería ridículo, ilusorio. Y no porque conformen una única masa indiferenciada de identidad, sino porque sus diferencias esenciales se encuentran vinculadas por una afinidad del ser y existen únicamente en esa reciprocidad. Es algo de lo que tenemos una certidumbre científica, por lo demás, pues la vida humana no sería posible ni llevadera sin las bacterias intestinales, los ríos, los bosques, los insectos rastreros, la tierra o la biosfera. Sabemos, y es un hecho objetivo, que los seres humanos dependen enteramente de una red interconectada de entes y agentes humanos y no humanos, pero vivimos ajenos a ese saber.

El mundo exterior, humano o no, es algo más que un mero telón de fondo contra el que transcurren nuestras vidas y experiencias: es causa y parte de todas ellas