Dejó caer sus hombros, se sentía desesperada y derrotada. Por dentro, decidió que un día se vengaría.
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Ante la muerte todos somos iguales, pensó Ceres mientras reprimía una sonrisa.
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¿Quién era ella para poseer aquel poder?
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«Tú no eres extraña a la espada», dijo. «No eres extraña al trono. Tu destino es ciertamente muy grande. El cambio será poderoso».
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«Estoy orgulloso de ti por ello».
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Ella saltó del carro y corrió tan rápido como pudo por el camino de tierra, lejos de la mujer a la que juró no volver a llamar madre jamás, lejos de todo lo que había conocido y amado.
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También tenía pensado dar dinero a sus hermanos en secreto sin que su madre lo descubriera y decirles adiós por última vez.
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«Tú también puedes confiar en mí completamente, Ceres», dijo él.
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Él le hizo una señal con la cabeza y cuando ella sonrió, fue como si en aquella ocasión, la victoria fuera completa.
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Pero ella no necesitaba su aprobación ni sus alabanzas, se recordaba a sí misma. No necesitaba a nadie.
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