Sonia Montecino

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    Me alimenté bien, pero de otro modo. Hacia la edad de diez años aprendí a comer carne ‘para ser como todos’, pero seguí rechazando todo cadáver de animal salvaje y toda criatura alada. Luego, cansada de esta guerra, acepté la carne de ave y el pescado. Cuarenta años más tarde, indignada ante la matanza de animales, volví al camino que había seguido en la infancia”14
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    Detalle curioso: la escritora termina la mayoría de sus cartas a las personas más cercanas a ella con la expresión —no convencional— mes sentiments sympathiques.
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    En Fuegos, escribe: “El alcohol desembriaga. Después de algunos sorbos de coñac, ya no pienso en ti”20 .
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    No puedo dejar de evocar a Gabriela Mistral72 y su mirada sobre la harina: “La harina materna, hermana verdadera de la leche, casi mujer, madre burguesa de cofia blanca y pecho grande…Harina-madre y también niña eterna, mecida en el arrozal de pliegues grandes, hijita con la que los vientos juegan sin verla, tocándole el rostro sin conocérselo”73. Del mismo modo, la leche, que será la base para salsas, quesos, cremas y yogurt, así como los huevos para las variedades de pasteles dulces, son protagonistas relevantes.
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