Entonces, la Viv más antigua y salvaje se abrió paso violentamente, susurrando: «Esto es lo que ella es. Ya lo has sentido antes. Lo mantiene oculto hasta que le hace falta y, entonces, deja que campe a sus anchas, y tú caes bajo su embrujo».
A pesar de que ese pensamiento desolador se expandió por su mente como las llamas espectrales, se desvaneció igual de rápido bajo la luz del alba.
El aura reconfortante y palpitante de Tandri, que había percibido fugazmente unas cuantas veces, no estaba presente.
Ahí no había nada arcano, ninguna fuerza mística, ningún truco.
Ninguna magia, para nada.
Por mucho que Tandri mantuviera la compostura, vio en su cara que esperaba una reacción. Se estaba preparando para ello, para ser atacada, ignorada o aceptada.
Y las tres opciones la aterraban.
Viv levantó una mano y, cuidadosamente, le acomodó un mechón chamuscado detrás de la oreja.
Tras respirar hondo bruscamente, inclinó la cabeza hacia delante y sus labios rozaron los de Tandri, con la suavidad de un susurro.
Entonces la rodeó con los brazos, procurando no apretarla demasiado.
Tandri le devolvió el abrazo.