Defoe pone en escena la profunda ambivalencia del héroe en relación con su vida y su identidad, su confusión, su soledad, el terror puro; el autodesprecio, el creciente autoconocimiento y la toma de consciencia religiosa a los que accede a través de la introspección, que lo conducen a la seguridad en sí mismo, a un poderoso control de la isla