Kasie West

Conmigo no eres torpe.

—Sí que soy torpe contigo, lo que pasa es que no sientes la presión de tener que besarme en algún momento, así que me toleras.

Me gusta tener las palabras en la mano.

primero tiene que encontrarte misteriosa. Luego fascinante. Luego graciosa. Por ese orden. Si sucede un orden distinto, te quedas para siempre con la etiqueta de amiga.

—Conmigo misma.

—Lo haces mucho.

—Lo sé. Soy la única que me entiende.

—¿Con quién hablas?

—¿No lo creen todas las chicas?

Me sorprendí al ver que sus mejillas adoptaban un ligero tono rosado. No sabía muy bien por qué aquello podía darle la más mínima vergüenza. Estaba convencida de que ya lo sabía. Se pasó una mano por el pelo. Luego dijo en una voz tan baja que apenas lo oí:

—Tú no eres todas las chicas.

«Me gustas y eso hace que me enfade conmigo misma»

—Puedes usar esta sudadera también si quieres —tiró de la que tenía puesta.

Cogí la pasta y recién cuando tragué dos grandes bocados pensé en lo que él acababa de hacer. ¿Solo había fingido que no le gustaba para que yo la comiera? Porque no era para nada desagradable. No estaba segura. No parecía algo que él pudiera hacer pero, de nuevo, él era diferente de lo que había creído originalmente.

Cállate y cógela.

Él no discutió y finalmente la aceptó. Tenía frío. Ni siquiera estábamos tocándonos, pero la temperatura debajo del saco bajó notablemente con su presencia helada.

Él se rio un poco.

—¿Qué?

—¿Alguna vez le has dicho a alguien que se calle?

—Nop. Es como si tú sacaras esas cosas de mí.

—¿Cómo lo has sentido?

—Bien, la verdad.