Levanto y giro la cabeza para mirarlo. Tiene los ojos enfocados en la destrucción que ha causado y se ve tan fascinado que no se ha dado cuenta de que todavía me sostiene por el pecho y que su mano aún cubre la mía. Su toque no me molesta, aunque sí me resulta extraño, como si fuera algo que no debería estar pasando, pero que tampoco es urgente detener. Los latidos de su corazón son fuertes como el sonido de un tambor de guerra.
El agua continúa cayendo sobre nosotros con violencia, inundando todo alrededor. No me atrevo a moverme y él tampoco lo hace. Aguardo por unos segundos más a que el rey salga de su trance para escapar de la prisión que suponen sus brazos, pero nada sucede.
—¿Ahora me toca a mí? —pregunto en voz baja para llamar su atención.
De repente baja la cabeza, encontrándose con mi mirada.