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Bøger
Sara Mesa

Mala letra

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    Su voz sonaba metálica, diferente. Era extraño que hablase. Él jamás preguntaba nada. Se limitaba a exponer su punto de vista y a acorralarte si querías refutárselo.
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    Saber si tu familia ayudará.
    Sonrió por primera vez: una sonrisa torcida, fea, con su dentadura mellada y sucia.
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    –Mira, Mariola, quería conocerte antes de... antes de... ya sabes. Sé que no es lo ortodoxo, pero, en definitiva, quería darte las gracias por estar ahí.
    Mariola lo miró con frialdad y frunció el ceño. Cuando mostraba su disgusto, los labios se le adelgazaban
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    . Su actitud era segura y deportiva; su forma de entrar y de mantenerse en pie parecía indicar que esperaba que todo el mundo se volviese hacia él, como si lo natural fuese admirarlo. Era alto, fuerte, estaba bronceado e iba bien vestido, con un pantalón azul de pinzas y una americana en la que todavía se podía sentir el vaho de la plancha. Sacudió blandamente la mano de Mariola y después me miró con los ojos interrogantes.
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    Agarró la taza y sorbió su café sin levantar la vista. Yo tampoco me atreví a añadir nada.
    Me sorprendió entrar en el cuartucho donde vivían. A su lado la habitación de mi pensión era casi lujosa. Estaba en un edificio apuntalado con andamios, uno de esos bloques de pisos ruinosos lleno de viejas e inmigrantes, con las paredes descascarilladas y los pasamanos de la escalera pringosos por la grasa acumulada. Mi hermana y Mario habían alquilado la última planta, donde ni siquiera llegaba el ascensor y no había portero automático. Aquello debía de haber sido un almacén en otros tiempos. Sólo contaba con un ventanuco que casi no dejaba pasar la luz y un cuarto diminuto con un lavabo, un retrete y un plato de ducha. En la habitación apenas cabían la cama, una mesa plega
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    El mal genio de Mariola era proverbial.
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    Mariola siempre había sido fibrosa, fuerte, delgada, como modelada a conciencia. Aquella barriga puntiaguda y tirante no parecía suya. Verla –a la barriga– me produjo más repugnancia que ternura; era como un gran pedazo de carne añadido en torno a su cintura, un pesado fardo ajeno y problemático.
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    Los ojos le destellaban con un brillo extraño.
    –Ya estaba todo hablado. No queríamos al niño.
    –Ella ahora lo quiere.
    –¡Una mierda lo quiere! Ella quiere joderme a mí, eso es lo que quiere.
    No sé si ella quería joderlo o no. Después de tanto tiempo ya no conozco a Mariola; no sé qué motivos puede tener para actuar como actúa ni cuáles son sus fines ni sus deseos ni sus intereses ni nada. Hace demasiados años que no hablamos en serio. Siempre hay una barrera alzada entre nosotras, una especie de muro translúcido a través del cual nos llega desfigurada la imagen de la otra. Hasta me costó trabajo reconocerla cuando la vi. No por la enorme barriga bajo el abrigo –eso ya lo esperaba– sino po
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    Caminé toda la calle Central hacia abajo y después me desvié por la zona de Casielles. Hacía un frío intenso, cortante.
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    –Mariola no podrá venir en Nochebuena; me ha invitado a pasar con ella los días previos.
    Mi madre se detuvo un instante, con la cinta elástica entrelazada en
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