Te amaba y me chingaste

Resulta que si dos personas pasan suficientes horas juntas, y conversan y se ríen, pueden descubrir que se agradan.

lo entendía: tener tanto que decir, querer decirlo y, aun así, no poder destilar ni una palabra.

Es parte del juego hacer promesas, cuando uno se despide. No es parte del juego creerlas

Mil pensamientos se arremolinaron en la mente de Fosca, que podían resumirse en uno solo: “¿y ora, éste?” Sin embargo, no dijo nada, porque en el fondo sabía que los artistas no están bien de la cabeza y tienen impulsos como ése, cuantimás cuando son virtuosos de la marimba (es de todos sabido que los marimberos son los estultos por excelencia).

No quisiera ir solo, pues sufriría mi corazón, y además quedaría como un pendejo. Como un favor, acompáñeme. Pero se peina, si es tan amable

en fin, todo— había sido un sueño. Un sueño largo y loco. Irrecuperable y fugaz, como todos los sueños

Resulta que si dos personas pasan suficientes horas juntas, y conversan y se ríen, pueden descubrir que se agradan

Ovidio el mozo cochero, acostumbrado a los desplantes del marimbero, no se inmutaba ante la impaciencia de la joven, pero apresuró el viaje, no tanto por compasión como por el afán de enterarse del chisme.

Es parte del juego hacer promesas, cuando uno se despide. No es parte del juego creerlas

Mira, m’ijares, aprovecha orita que todavía las puedes, porque ya luego aunque quieras. No le hace que sientas pelos, o que te vuelvan a partir tu madre, al final para eso estamos vivos, carnalito, para rifarnos el tiro, ¡no le saques! ¿O qué? ¿Sí o no?