A veces notaba en algunas mujeres de mi edad el deseo de atraer su mirada según, pensé, una lógica simple: «Si le gusta ella, es que prefiere a las mujeres maduras; entonces, ¿por qué no a mí?». Conocían perfectamente su lugar en la realidad del mercado sexual, y que fuera transgredido por una de sus semejantes les daba esperanzas y audacia. Por irritante que fuera esa actitud de querer captar —discretamente en la mayoría de los casos— el deseo de mi compañero, no me molestaba tanto como el descaro con el que algunas chicas jóvenes coqueteaban con él delante de mí, como si la presencia a su lado de una mujer mayor fuera un obstáculo insignificante o incluso inexistente. Sin embargo, pensándolo bien, la mujer madura era más peligrosa que la joven, prueba de ello es que había dejado a una de veinte años por mí.