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Helene von Druskowitz

Escritos sobre feminismo, ateísmo y pesimismo

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    El sustituto de la religión debe reorientar la confianza, dirigida por el cristianismo de forma sesgada, y superar con ello la concepción pesimista de la realidad propia del cristiano. Debe adecuarse a la esencia más íntima de los pueblos civilizados actuales, si ha de calar firmemente en los espíritus (habiendo sido Dühring quien ha tenido principalmente el mérito de destacar este aspecto
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    Frente a otras feministas, que basan su pensamiento en el culto a la madre y a la mujer como dadoras de vida, Druskowitz se alza contra el ciego y estúpido aumento de la población y atisba el destino filosófico de las mujeres en ser «guías en la muerte» [Führerinnen in den Tod], por cuanto proponen el «fin de los fines» [Endesende], a saber, «la extinción del hombre y la disolución de la humanidad».

    Pero el conocimiento de este «fin de los fines» no está reservado a los «espíritus libres», a los que se refería Nietzsche en Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres (1878). La reivindicación nietzscheana del «espíritu libre» no le es suficiente a nuestra filósofa, pues piensa que esa libertad solo lo es en el marco de los valores despóticos creados por la violenta y opresiva voluntad de poder masculina: «Druskowitz quiere superar el camino que había llevado a Nietzsche al límite del pensamiento y hacer que hombres y mujeres, cada uno en su medida, colaboren para lograr ese “fin de los fines”: los hombres deben luchar contra su naturaleza y las mujeres deben hacerse conscientes de su superioridad. La superior dotación de esa especie superior que son las mujeres debe hacerles ver que la humanidad ya no puede mejorar ni dirigirse al bien, sino que la única salida que le queda es la extinción del ser humano […], mediante el cese de la reproducción: la muerte de la humanidad, un final último, sin sufrimiento ni violencia»45. Para alcanzar este fin último, recomienda a las féminas luchar contra el mundo masculino lanzándoles este lema: «¡Odiad a los hombres y el matrimo
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    Gudrun, Helene von Druskowitz sostiene que las mujeres constituyen la «verdadera humanidad» porque prefieren instintivamente el no-ser al ser, aunque este instinto femenino haya sido terriblemente reprimido.
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    El feminismo debe dotarse de «brillo y esplendor» porque es el ideal de la época moderna. Si el hombre reconociese su caída, así como la evidente superioridad del sexo femenino, retornándole todos sus derechos, tanto ellas como ellos podrían emanciparse44
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    Entre la «esfera superior», símbolo de la perfección, y la materia, que se desarrolla evolutivamente, Druskowitz elabora una deconstrucción inversora de la tradición misógina enraizada en el pesimismo schopenhaueriano o en la filosofía trágica de Nietzsche. Si Schopenhauer había descrito a la mujer como una especie de ente intermedio entre el niño y el hombre, Druskowitz considera que el varón, con su fea apariencia, no se amolda propiamente al ámbito de los seres dotados de razón; si Schopenhauer había descrito al género femenino como mentiroso, falso, infiel, traidor, desagradecido, despilfarrador y vanidoso, Druskowitz caracteriza al sexo masculino como codicioso, envidioso, peleón, pendenciero, arrogante y ávido de placeres, sexualidad y poder. Según ella, el macho humano está, incluso, por debajo de los propios animales, porque es el único que golpea y martiriza de la manera más refinada a su hembra, llegando al extremo de matarla. Es un ser nacido bajo el signo de lo demoníaco y del mal, el más peligroso de todos los seres vivos, la furia de las Furias, la Megera de las Megeras (aunque esta Erinia alude a la intransigencia femenina respecto de la infidelidad matrimonial). Si el mundo ha ido degradándose y se encuentra en decadencia, esto es solo responsabilidad del hombre, mientras que las mujeres son seres más dignos y nobles porque pertenecen a una estirpe más perfecta y aristocrática
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    la brutalidad que el varón pone de manifiesto en su conducta no le permite colaborar en la transformación del mundo, ni ayuda a mejorarlo. Druskowitz critica una cultura en la que el arte, la ciencia, la política, la teoría de la evolución, el trato con la naturaleza y los animales y entre hombres y mujeres están teñidos de despotismo y de equívocos machistas. Todo ello contribuye, inevitablemente, a asegurar el pesimismo como la dirección filosófica adecuada, y al filósofo pesimista como el único que se encuentra en el camino que conduce a la verdad y la redención.
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    Druskowitz no existe la especie humana, sino que hay dos especies: la masculina y la femenina, y la primera ha corrompido el apelativo «humano» dominando a las mujeres, cuyo origen era distinto, pues provenían del mar (la autora no aclara de un modo preciso de dónde extrae esta afirmación, de tintes mitológicos). Son los hombres los que, llevados por su horrible voluntad de poder, han hecho de este mundo, que podría haberse elevado paulatinamente a la perfección de la «esfera superior», un mundo feo, torpe e inviable, sometiéndolo a ira y fuego. «El “pesimismo” de Druskowitz respecto del mundo material nace precisamente del dominio masculino sobre el mismo
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    Solo la crítica del varón permite, por consiguiente, un verdadero esclarecimiento del mundo. Druskowitz considera que, aunque Schopenhauer ha entendido que la violencia y el sufrimiento son las principales características de la tragicomedia cósmica, ha mirado para otro lado, buscando una huida en la estética y el misticismo, además de mantener una posición misógina, incapaz de entender el particular sufrimiento femenino. La filosofía de Nietzsche, por su parte, basada en el infame concepto de la voluntad de poder, «ha adulado esa mala tendencia de la manera más condenable y necia»40.
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    La esfera superior es, al mismo tiempo, el motor del desarrollo y el fundamento del conocimiento de la miseria del mundo39, porque materia y sociedad solo pueden apreciarse en su sombrío valor desde el punto de vista de un pesimismo cultural: la perfección absoluta le corresponde únicamente a la «esfera superior», mientras que, en el ámbito de la naturaleza material, de la historia y de la cultura, es donde el varón ha impuesto sus condiciones, conduciendo ambas a la corrupción más abyecta.
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    Druskowitz considera que, efectivamente, el secreto de la teología está en la antropología, pero en la antropología masculina: es el hombre quien ha creado un Dios violento y airado, hecho a su imagen y semejanza, por lo que la imagen de la divinidad (al menos en su versión en las religiones monoteístas) se basa en una mentira indigna: Dios, tal como ha venido siendo concebido, no es más que un malvado perillán que merecería millones de veces ser sometido al infierno y al tormento al que tiene condenados a sus súbditos. Pero Druskowitz también rechaza la posibilidad de interpretar la realidad de forma materialista o cientificista, porque esta interpretación se basa, a su entender, en una apreciación optimista de la materia y la sociedad que carecen de justificación, ya que ambas realidades, material y social, son pésimas, especialmente para las mujeres.
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