La niña gorda

Se le ocurre que si ahora le preguntasen si quiere más a mamá o a papá, contestaría sin titubear que prefiere a papá, que jamás trata de obligarla a hacerse amiguita de tal o cual niña mientras que su madre anda siempre empujándola a relaciones incómodas que indefectiblemente acaban fracasando de la manera más triste después de haber provocado incomodidad y aburrimiento en las dos partes y sentimientos de culpa en Susanita por no estar a la altura de las esperanzas de mamá.

como a veces la llama su tía con ese tono irreprochablemente cariñoso que usan a veces los adultos cuando quieren decirle a un niño cosas desagradables sin que el niño tenga la menor posibilidad de revolverse contra ellos

Ahora, sin embargo, tiene un nudo en el estómago y ganas de llorar.

Susanita se da perfecta cuenta de que su tía desea congraciarse con ella y cree que un helado es una baza segura; no en vano es una niña tragona y a todas horas siente un apetito voraz que los adultos muchas veces se aplican a reprimir.

«De dónde habrá sacado esta niña tanto pecho», exclama poniendo los ojos en blanco como si la envidiara, cuando en el fondo Susanita sospecha que no la envidia para nada, como tampoco la envidian quienes oyen reírse a su tía y, aun sin sumarse a esas risas, las hacen suyas en silencio, disimuladamente.

Siempre hay la misma cantidad de poder, piensa entonces Susana; lo que tú ganas, siempre hay alguien que lo pierde.

Pero hay un gesto, en cambio, que traduce y contiene a la perfección la esencia del momento, y es que la niña gorda, en lugar de seguir a su madre mansamente hasta el interior del edificio donde atiende el endocrino, se abre paso, aprovechando una ligera vacilación de la madre, y la precede, entra primero, se precipita a su destino con la frente bien alta, en lo que quizá sea su primer gesto claro de soberanía

–No –contesta sin dudarlo un instante la niña con triunfal orgullo y cierta ferocidad, escupiéndoselo al mundo en general y a su madre en particular, como un condenado a muerte que no admite últimos cigarrillos ni tonterías de esa clase.

deseosa de complacer o, mejor dicho, temerosa de disgustar, una niña, en suma, más bien medrosa y

Ni siquiera importa que Susana prefiera en el fondo de su alma que la decisión materna fuera totalmente propia, libre de enojosas influencias exteriores.