Los que han rodado desde jóvenes por tribunales y lugares semejantes parecen haber sido educados como esclavos, si los comparas con hombres libres, educados en la filosofía y en esta clase de ocupaciones (172c-d).
Los «hombres libres» no tienen problemas de tiempo y no han de rendir cuentas a nadie, mientras que los «esclavos» están condicionados por la clepsidra y por un amo que decide:
[Los hombres libres] disfrutan del tiempo libre al que tú hacías referencia y sus discursos los componen en paz y en tiempo de ocio. […] Y no les preocupa nada la extensión o la brevedad de sus razonamientos, sino solamente alcanzar la verdad. Los otros, en cambio, siempre hablan con la urgencia del tiempo, pues les apremia el flujo constante del agua [de la clepsidra]. Además, no pueden componer sus discursos sobre lo que desean, ya que la parte contraria está sobre ellos y los obliga a atenerse a la acusación escrita, que, una vez proclamada, señala los límites fuera de los cuales no puede hablarse. Esto es lo que llaman juramento recíproco. Sus discursos versan siempre sobre algún compañero de esclavitud y están dirigidos a un amo que se sienta con la demanda en las manos […] (172d-e).