Pedro Brieger

El conflicto palestino-israeli

  • Armando El Guatequehar citeretsidste måned
    De algo se puede estar seguro: mientras continúe la ocupación de Cisjordania y la Franja de Gaza, la paz es imposible. El Estado de Israel no puede perpetuar la ocupación y los israelíes no pueden pensar que esto será aceptado eternamente por los árabes. ¿Podrá una intervención de Naciones Unidas que separe ambos pueblos poner fin a los enfrentamientos? ¿Es posible separarlos? Tampoco es menos cierto creer que una vez que la ocupación concluya, los dos pueblos mágicamente vivirán en paz. Pero es posible que eso permita recorrer un camino en el que ambos pueblos puedan repensar aquella frase de Imil Jabibi “vuestro holocausto, nuestra catástrofe”.
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    Hay un elemento que todavía permanece en algún lugar del inconsciente colectivo: durante siglos judíos, musulmanes y cristianos convivieron en paz cuando eran comunidades religiosas sin aspiraciones nacionales.
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    Qué fechas son esenciales para comprender el conflicto palestino-israelí?
    Si uno tuviera que trazar una línea histórica en este conflicto que tiene unos cien años de vida, encontraría numerosos hitos de desencuentros entre judíos y árabes antes de la creación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948 y pocos de encuentros entre israelíes y palestinos después de esa fecha. La resolución de Naciones Unidas que declaró la partición de Palestina el 29 de noviembre de 1947 es, sin lugar a dudas, un momento clave para entender el conflicto entre ambos pueblos. Allí, un factor externo, Naciones Unidas, decidió dividir un territorio sobre bases étnico-nacionales para encontrar una solución al enfrentamiento creciente entre las dos comunidades. Se partía de un presupuesto: ambos pueblos no pueden vivir juntos. La “solución” no fue tal, no trajo la paz y no logró lo buscado. No se trata de cuestionar las decisiones tomadas por los organismos internacionales, sino de comprender la dinámica que se desató desde esa fecha y que llevó al nacimiento del Estado de Israel en 1948 y a la expulsión de los palestinos.
    Hasta la guerra del 5 de junio de 1967 israelíes y palestinos se desconocían; no sólo en su visión del mundo sino también en el terreno concreto, más allá de que una minoría árabe atomizada hubiera quedado dentro del Estado de Israel. Israelíes y palestinos no se veían las caras, sabían poco y nada los unos de los otros. Después de la ocupación de Cisjordania y Gaza nació el binomio ocupante-ocupado, que transformó la (no) relación existente entre 1948 y 1967 en una relación típica de colonizador-colonizado que se mantiene en gran medida.
    La tercera fecha es 1993. Los Acuerdos de Oslo trajeron un viento de esperanza, porque en esa fecha los paslestinos y los israelíes se reconocieron mutuamente por primera vez. Después de décadas de demonización recíproca reconocer que “el otro” puede ser un interlocutor válido representó un quiebre con el pasado, aunque ese diálogo terminara frustrándose.
    Falta una nueva fecha, la que permita vislumbrar la coexistencia entre los dos pueblos. Por ahora, no ha llegado
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    La resolución 2334 votada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el 23 de diciembre de 2016 especificó que el Estado de Israel es una “potencia ocupante” y que debe cesar las construcciones en los territorios que mantiene en su poder desde 1967. Además, marcó una clara diferencia entre las fronteras reconocidas que tenía hasta el día anterior a la guerra de 1967 y los territorios que ocupa hace más de cincuenta años y donde los palestinos quieren construir un Estado independiente.
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    Los israelíes viven en una contradicción permanente entre sus reclamos y derechos que siempre consideran legítimos, contrapuestos a los de un pueblo que, según ellos, no debería tener ni reclamos ni derechos. El nudo del problema radica en que ocupan un territorio que dicen no ocupar pero que tampoco anexan completamente porque implicaría incorporar cuatro millones y medio de palestinos a su Estado lo que implica que están atrapados en una contradicción que no logran resolver.
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    Y si los palestinos se rebelan creen que es por su esencia árabe antijudía. A la mayoría de los israelíes les gustaría que los palestinos no estuvieran allí, que no tuvieran ningún reclamo territorial y que tampoco se hablara de los refugiados. Su más íntimo deseo es que los palestinos renuncien a todo. Incluso les exigen que olviden el retorno a su tierra después de haberla abandonado hace tan sólo sesenta años, siendo que la historia del sionismo
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    tiene como principal bandera el retorno después de dos mil años, lo cual parece una exigencia casi insólita.
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    Los israelíes arrastran el trauma de su condición de víctima eterna y el holocausto revivido a diario, que les impide reconocer que otro pueblo pueda sufrir por su causa. Están convencidos de que siempre ofrecen la paz y del otro lado sólo se escuchan los tambores del exterminio. Sus vidas están atravesadas por el mito del pueblo elegido portador de una ética y una moral superiores frente a un mundo que los odia y un pueblo que los interpela a diario recordándoles que se han convertido en un pueblo ocupante.
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    Con los israelíes es más complicado. Una consigna que fue patrimonio de la izquierda durante mucho tiempo hoy es repetida por gran parte del arco político, ya que es “políticamente correcto” plantear –mínimamente– el derecho de los palestinos a un Estado propio. Esto incluye a diferentes sectores de la derecha, aunque no siempre quede claro a qué se refieren y suelan eludir una definición precisa al respecto pues la mayoría de la derecha israelí rechaza desmantelar los asentamientos o retirarse de Jerusalén oriental. Un caso elocuente es el de Benjamín Netaniahu, uno de los políticos más importantes de los últimos años en Israel. En un discurso en 2009 aseguró haberle dicho al presidente Obama que “si los palestinos reconocen Israel como un Estado judío, estamos dispuestos a lograr un acuerdo de paz verdadero, un Estado (palestino) desmilitarizado al lado del Estado judío”, sin alusión a ninguna frontera concreta. En julio 2014, a pocos días de comenzada la invasión a Gaza, Netaniahu fue citado por David Horovitz –editor del diario israelí The Times of Israel– diciendo que nunca aceptaría un Estado palestino soberano en Cisjordania. En el mismo artículo se recordaba que en 2005 Netaniahu también se opuso a la retirada de Gaza ordenada por el entonces primer ministro Ariel Sharon, lo que motivó que renunciara a su cargo de ministro de economía en protesta por la medida adoptada por Sharon.
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    El problema con la frase es que tiene múltiples interpretaciones. Para los palestinos la consigna es muy clara; significa un Estado palestino en Cisjordania y Gaza, con Jerusalén oriental como su capital en el marco de la resolución 242 de Naciones Unidas.
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