Niebla en el Mont Ventoux

—Tienen miedo en las montañas. Miedo de estar solos, como todo el mundo. Yo les doy mi sonrisa para que así venzan el miedo. Al que ha yacido aquí, ya no puede pasarle nada. Todos los ciclistas lo saben.

La amistad no se hace, existe o no existe.

Los cambios son buenos, pero algunos lugares deberían seguir existiendo siempre.

Yo mismo acababa de convertirme hoy en un cincuentón. Una pobre alma que necesitaba demostrar a toda costa que seguía siendo lo bastante fuerte para acometer el ascenso.

El sabor dulzón de la bebida isotónica

Un ciclista sin ropa, sin público, sin comida, sin bebida, sin calor, sin palmarés.
Un ciclista de nada.

Los hombres que van solos en bicicleta están un poco locos. Consumen su cuerpo con su forma obsesiva de hacer deporte. El frío, el hambre, la sed, el agotamiento, nada parece detenerlos. El resto del mundo no comprende sus largas y extenuantes salidas en solitario.

Un avezado corredor profesional me explicó una vez cómo había que tomar bien una curva. Nunca mires justo delante de ti, ese era su lema. En su opinión, se veían mucho mejor las irregularidades del pavimento a una distancia mayor. Si no advertías el socavón hasta que lo tenías a pocos metros de tu rueda delantera es que no lo habías hecho bien. Deberías haberlo detectado mucho antes.

Bajar consistía en mantener el equilibrio entre la cabeza y las tripas, entre ir más fuerte o más lento, entre pedalear y frenar. Pero la velocidad podía superarte en el momento menos pensado. No debías dejar que eso sucediera jamás.

ara frenar, los especialistas en descensos alzan el tronco justo antes de entrar en la curva, y frenan así, parando el viento. Una vez dentro de la curva adoptan la posición aerodinámica de antes, y así aumentan de nuevo la velocidad.