La canción de la bolsa para el mareo

¡escucha!

¿Qué es ese dulce aliento que noto en la oreja?

Son las musas y Johnny Cash que nos van soplando mientras avanzamos.

Soy un sistema nervioso que se alimenta de rimas y fantasmas.

Con el tiempo, todos se instalaron en mi interior.
Estoy junto al borde de la cama king-size
del Sunset Marquis, en West Hollywood,
como un pequeño dios erecto,
y mi corazón está atado a las vías de un tren que no deja de chillar. A mi izquierda, un pilote de hormigón entre las sombras; a mi derecha, las ramas letales de un árbol a medio talar.
Tú estás desnuda y medio sumergida
en el agua cenagosa que hay abajo, hojeando indolentemente un libro de autoayuda.
Con el tiempo, todos se instalaron en mi interior.
Soy una casa encantada que aúlla y jadea llena de recuerdos. Las camas tiemblan y las puertas de los armarios se abren de repente, y las sillas se apilan ellas solas una y otra vez.
Por el aire vuelan chorros de ectoplasma.
Se oye un ruido de cadenas procedente de mis intestinos.
Dejas el libro a un lado y levantas el coño al aire.
Gimes y descargas un rayo de tensión salvaje echando
los brazos y las piernas hacia atrás, tu garganta dura y rugosa se extiende y se abre y tu fina lengua negra de animal
viene ondulándose hacia mí a través de la luz naranja. Digo:
He bajado desde las colinas,
he cruzado montañas y ríos,
he viajado por autopistas enormes,
he entrado en tu fortaleza húmeda y umbría para estar contigo esta noche.
Soy el vehículo que has escogido para subirte y bajarte.
Eres tan blanca como un copo de nieve bajo el sol de la mañana.
Proyecto una sombra gigante contra el cielo.
Como una deidad en miniatura, observo el agua marrón.
Saco mis pequeñas canciones de debajo de ti,
soy un pequeño dios que se arrastra por un mundo gigante
y me convierto en un dios hinchado que se arrastra por un mundo pequeño.
¡Despliégate, querida!
Somos saltadores iluminados, todos nosotros, aquí, esta noche, en esta cama.
Juntos estamos haciendo que nuestros mañanas sean diferentes.