Una obsesión perversa

Sydney Clarke podía resucitar a los muertos.

Sydney Clarke podía resucitar a los muertos.

Victor sonrió con aire sombrío. Demasiado tarde, Eli. Es mi turno.

Victor Vale no era un maldito personaje secundario.

Quería ver sangrar a Eli.

—Te diré algo —respondió Victor—. Tú recuérdame, y yo te recordaré, y así nunca seremos olvidados.

—Qué lógica de mierda, Vic.

—Es perfecta.

—¿Y qué pasa cuando estemos muertos?

—Pues entonces, no morimos.

—Lo dices como si fuera tan sencillo ganarle a la muerte.

—Parece que tú lo haces muy bien —repuso Victor alegremente. Alzó su vaso—. Por no morir nunca.

Eli alzó el suyo.

—Por que nos recuerden.

Sus vasos chocaron, y Eli añadió:

—Para siempre.

—Te diré algo —respondió Victor—. Tú recuérdame, y yo te recordaré, y así nunca seremos olvidados.

—Qué lógica de mierda, Vic.

—Es perfecta.

—¿Y qué pasa cuando estemos muertos?

—Pues entonces, no morimos.

—Lo dices como si fuera tan sencillo ganarle a la muerte.

—Parece que tú lo haces muy bien —repuso Victor alegremente. Alzó su vaso—. Por no morir nunca.

Eli alzó el suyo.

—Por que nos recuerden.

Sus vasos chocaron, y Eli añadió:

—Para siempre.

Aunque regresamos, hay algo que no resucita. Que se pierde. Olvidamos una parte de lo que fuimos. Da miedo; es maravilloso y monstruoso a la vez.

Pero Victor no quería correr mientras Eli intentaba volar.

Pero Victor no quería correr mientras Eli intentaba volar.