Los consabidos tormentos que le supuso su creación son también un fiel documento de lo que él mismo calificaba de “histeria”: sus ataques de ira o de melancolía inconsolable, que a menudo tenían su origen en la desesperación literaria ante la página en blanco. O, más precisamente, en el caso de Flaubert, ante la página que “suena mal”, la palabra inexacta, la obviedad engorrosa, el adjetivo inencontrable, la descripción desenfocada, el personaje sobrero, en resumen: cualquier obstáculo para la germinación de la Belleza Perfecta.