—Hola, soy William Grayson III —le dice mi primo a la policía—. La agente Webber, ¿verdad? —La mujer pasea sus ojos entre él y los otros dos, alerta—. Mi abuelo es el senador Grayson —la informa—, y espero que sea tu persona favorita del planeta. Siempre ha apoyado a los cuerpos de la ley.
Me río para mis adentros de su voz suave, que probablemente le vaya a funcionar. Kai se apoya en el mostrador, callado pero con una sonrisa, mientras Michael, el base del equipo de baloncesto City Storm de Meridian, se mantiene erguido e intimidante. Extiende una mano.
—Y yo soy Michael Crist.
—Ah, sí. —La policía sonríe ampliamente—. Mi esposo es un gran admirador.
—¿Solo tu marido? —bromea él.
Un rubor cruza sus mejillas y me entran ganas de vomitar. A continuación, estrecha las manos de Will y Kai, exhala un largo suspiro y de repente se muestra feliz y relajada.
—Y bien, ¿qué puedo hacer por ustedes, caballeros?
Will se apoya en el mostrador.
—Misha Lare Grayson es primo mío, y nuestro abuelo consideraría un favor personal si permitiera que nos ocupásemos de él en la intimidad de la familia.
Puedo sentir a Ryen tensarse a mi lado y esbozo una mueca de dolor. Mierda. Es verdad, también me olvidé de mencionarle ese detalle en particular. Will continúa, volviendo la cabeza hacia mí, y la agente sigue su mirada.
—Es la oveja negra, estoy seguro de que te has dado cuenta —le explica, mientras sus ojos recorren mis brazos tatuados—. Nos lo llevaremos a Thunder Bay, y jamás regresará a Falcon’s Well. Tienes nuestra palabra.
Aprieto los dientes. Los ojos de Will brillan de risa. La policía me mira.
—Bueno, el otro joven lo ha acusado de robarle un reloj —explica—; sin embargo, no lo lleva encima y no tenemos testigos. Íbamos a soltarlo de todos modos, pero no nos ha querido decir dónde vive ni los nombres de sus padres.
Will asiente y se vuelve a enderezar.
—Confía en nosotros. Lo llevaremos a casa.
Ella los mira a los tres, con sus perfectos trajes negros, dedos limpios y sin un tatuaje a la vista, de modo que los considera unos caballeros honrados.
—Está bien —concede—. Llevadlo a casa y ocupaos de que no se meta en más líos.
Le dan la mano y se alejan del mostrador con aire engreído. Salgo disparado de la silla y me paro frente a Will, mirándolo a los ojos y tratando de mantener la voz baja.