Otelo, el moro de Venecia

blica destituirle sin grave peligro de que la isla de Chipre se pierda. Nadie más que él puede salvarla, ni a peso de oro se encontraría otro hombre igual. P

de aquellos que no obedecerían al diablo aunque él les mandase amar a Dios.

blanca cordera un macho negro y

Llámale a gritos y con expresiones de angustia y furor, como si de noche hubiese comenzado a arder la ciudad.

detrás del padre; cuenta el caso por las plazas; amotina a todos los parientes, y aunque habite en delicioso clima, hiere tú sin cesar sus oídos con moscas que le puncen y atormenten; de tal modo que su misma felicidad llegue a él tan mezclada con el dolor, que pierda mucho de su eficacia.

¡Qué fortuna tendría el de los labios gruesos, si consiguiera lo que desea!

pero siéndolo, tengo que servirle, para mejor servicio mío.

OTELO.—Tan grande es mi alegría como mi admiración de verte aquí antes de lo que esperaba. Si la tempestad ha

Gózate en tu obra, cuyo solo espectáculo basta para envenenar los ojos.

OTELO.—Esposa mía, quise besarte antes de matarte. Ahora te beso, y muero al besarte. (Cae sobre Desdémona y muere.)