Tomemos como ejemplo al doctor Fehleisen; salido del laboratorio de Koch encontró un curioso microbio en forma de bola engarzado a sus hermanos en cadenas semejantes a las cuentas de un rosario y que procedía de trozos de piel arrancados a enfermos de erisipela, llamada por otro nombre: Fuego de San Antonio. Basado en la teoría de que un ataque de erisipela podía curar el cáncer, ¡pretextos de un loco! Fehleisen inyectó millones de estos microbios, conocidos ahora con el nombre de estreptococos, a algunas personas
atacadas de cáncer y sin esperanza de salvación. Pocos días después todos aquellos enfermos, tomados como animales experimentales, enrojecieron con el Fuego de San Antonio, y algunos se agravaron tanto que estuvieron a punto de morir. Así fue como este loco demostró su tesis: que los estreptococos son la causa de la erisipela. Otro discípulo de Koch, el doctor Garre, de Basilea, héroe actualmente olvidado, se frotó
con toda serenidad un brazo con el contenido de los tubos enteros de otra especie microbiana que, según Pasteur, era la causante de los forúnculos. Garre cayó gravemente enfermo con un ántrax enorme y veinte forúnculos, y aunque la tremenda dosis de microbios que se inoculó era más que suficiente para haberlo matado, despreció el peligro, para poder exclamar, triunfalmente: