El corazón delator

¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos.

Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos?

Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer?

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos?

mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo?

La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco.

¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo?

¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy!