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Vicente Blasco Ibáñez

La horda

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    lego de un convento de trapenses, asceta en un desierto. Ahora comprendía la huida del mundo, el aislamiento cruel, las santas locuras de ciertos desesperados, que al ser mordidos por el dolor encuentran remedio en su ignorancia y su fe
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    Todo lo veía negro, con la lobreguez de una miseria a cuyo fin estaba la muerte. Deseaba morir, acabar de una vez esta existencia sin objeto, dar fin a una vida fracasada, irresistible y penosa, como una equivocación de la Suerte.
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    dio miedo esta extensión, rasa a la vista, que ocultaba las desigualdades del suelo, las cunetas, los hoyos de los árboles, los declives de los desmontes. Su pensamiento, quebrantado por el hambre, entorpecido por el frío, creyó ver, con tétrica alucinación, la imagen de su vida futura en esta planicie blanca, silenciosa, monótona.
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    Le dio miedo esta extensión, rasa a la vista, que ocultaba las desigualdades del suelo, las cunetas, los hoyos de los árboles, los declives de los desmontes. Su pensamiento, quebrantado por el hambre, entorpecido por el frío, creyó ver, con tétrica alucinación, la imagen de su vida futura en esta planicie blanca, silenciosa, monótona.
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    Maltrana ya no pensaba en si la vida era alegre o triste, negra o de color rosa. La vida era sencillamente un aburrimiento, y el helenismo una farsa de los libros. Los atenienses, sin dinero, sin esperanzas y con una hembra amada a quien sostener,
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    en aquel hombre sin voluntad para el trabajo, indeciso e inquieto, que en plena amenaza de miseria pasaba gran parte del día olvidado de su situación, charlando en el Ateneo y en los cafés del porvenir de la juventud, de la decadencia de «los viejos», de lo que debía ser el arte, anunciando a voces que pensaba escribir grandes cosas, pero sin fuerzas para coger la pluma, sin constancia para la labor
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    Crees tú que estoy satisfecho de la existencia que te ofrezco?… Ahora podemos sufrirlo todo porque somos jóvenes,
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    cuando el salvaje Sigmundo habla a la walkyria que le anuncia la muerte; cuando la desesperada Iseo se enrosca de dolor y se mesa los cabellos, agitados por el viento del mar, ante el cadáver de Tristán.
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    cuando el salvaje Sigmundo habla a la walkyria que le anuncia la muerte; cuando la desesperada Iseo se enrosca de dolor y se mesa los cabellos, agitados por el viento del mar, ante el cadáver de Tristán.

    Era ella, la verdadera, la única, la que inspira miedo y consuelo; la belleza triste que nunca se aja; la pálida señora del mundo; la beldad que llega puntual a la cita con su beso de olvido y de paz, con el supremo espasmo de la insensibilidad y el anonadamiento.
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    En qué había de consistir su trabajo? Estaba dispuesto a servirle, muy agradecido de que se fijase en él.

    Y el pobre Maltrana lo sentía así, apreciando como un gran honor la propuesta del personaje.
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