Casi todo lo que sigue siendo importante para mí en el ámbito de la literatura y la filosofía lo descubrí en esos dos años. Rememorando ahora esa época, me parece casi imposible asimilar la profusión de libros que leí. Me los tragaba en cantidades pasmosas, consumía países y continentes enteros de libros, nunca me cansaba. Dramaturgos isabelinos, filósofos presocráticos, novelistas rusos, poetas surrealistas. Leía como si el cerebro se me hubiera prendido fuego, como si mi propia supervivencia estuviese en juego. Una obra conducía a otra, un pensamiento llevaba a otro, y cada mes cambiaba de ideas sobre todas las cosas.