De cómo tratar con las personas

No midas tu mérito diciendo que eres mejor que éste o aquél de tu edad o de tu clase, sino según los grados de tus capacidades, disposiciones, educación y las oportunidades que has tenido para ser mejor y más sabio que muchos otros. Ajusta cuentas sobre esto contigo mismo en horas solitarias y pregúntate, como un juez severo, si has aprovechado todas estas oportunidades para alcanzar un grado mayor de perfección.

Cada persona vale tanto en este mundo como ella misma se hace valer.

Cuida de la salud de tu cuerpo y de tu alma y no los eches a perder con la molicie.

Cuando alguien dice cosas desagradables a un tercero o lo avergüenza, no participes, no lo apruebes sonriendo, es preferible que hagas como si no oyeras nada. La nobleza de ese comportamiento se advierte y a menudo se recompensa.

No ridiculices nunca el aspecto, la estatura o los rasgos físicos de una persona, pues ningún mortal tiene el poder de cambiarlos.

No hables de asuntos que no interesan a nadie salvo a ti.

Sé ahorrativo con las palabras y los conocimientos para que no te quedes demasiado pronto sin recursos, para que no digas lo que deberías callar y te tornes tedioso.

Cree siempre que la mayoría de las personas son la mitad de buenas de como las describen sus amigos, y la mitad de malas de como las describen sus enemigos, y siempre saldrás beneficiado.

Algunas personas se avergüenzan de mostrar su devoción a Dios por miedo a que no las consideren lo suficientemente ilustradas, y otras fingen sentimientos religiosos y evitan hablar de fanatismo para congraciarse con los devotos. Lo primero es cobardía y lo segundo hipocresía; ambas posturas son igualmente indignas de un hombre honesto.

nunca he confiado en aquella gente que pretende justificarlo todo cubriéndolo bajo el manto del amor cristiano