me digo que todo puede servir, que hay que impregnarse de una época para comprender su espíritu, y luego el hilo del conocimiento se desenrolla solo, una vez que se empieza a tirar de él. La amplitud del saber que llego a acumular termina por asustarme. Escribo dos páginas cada mil que leo. A ese ritmo, moriré sin haber evocado más que lo que serían los preparativos del atentado. Siento claramente que mi sed de documentación, sana en principio, se torna poco a poco en perjudicial: en resumidas cuentas, se convierte en un pretexto para demorar el momento de la escritura.