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Bøger
Anton Chéjov

El jardín de los cerezos

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    TROFIMOF.—Déjame, déjame en paz. Aunque me ofrecieras veinte mil rublos, no tomaría nada. Yo soy un hombre libre. Las deudas son servidumbre. Y todo eso que vosotros, ricos o pobres, apreciáis a tal extremo, sobre mí no ejerce el menor poder. Yo puedo prescindir de ti. Yo puedo pasar delante de ti sin advertir tu presencia. Yo soy fuerte, orgulloso. La Humanidad es un camino en marcha que lleva a la felicidad suprema, la cual es posible en este mundo. Yo me hallo en las primeras filas.
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    PITSCHIK.—Bailo con mucho trabajo. Estoy apoplético. A pesar de eso, tengo una salud de caballo. Mi difunto padre, hablando de nuestros predecesores, aseguraba que la familia Simenof Pitschik procedía del caballo que Calígula hizo sentar en el Senado. (Siéntase.) Pero aquí está lo malo. Me falta dinero. Un perro hambriento no piensa sino en su trozo de carne. (Pitschik, de repente, se duerme, lanza un ronquido y se despierta.) Y yo, hambriento a mi modo, no pienso sino en el dinero. ¿Qué hacer? Esto de no tener dinero es una gran desgracia.
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    ¿Por qué ese jardín no me inspira la misma afección que me inspiraba antes de ahora? Yo lo amaba tiernamente. Parecíame que, en la tierra, no existía paraje más bello
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    TROFIMOF.—Tú, en cambio, eres una plaga social.
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    GAIEF.—¡Cállate ya! (A Lopakhin.) Mañana intentaré en la ciudad pedir fondos prestados.

    LOPAKHIN.—Sépalo usted de antemano. Fracasará usted. No se podrá pagar la contribución. Es inútil forjarse ilusiones
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    LUBOVA.—Se lo suplico, no se aleje… Su presencia nos consuela. He gastado más de lo que debía. Mi marido murió, y quedé tan joven y tan sola… Cometí una grave falta casándome por segunda vez… En ese río se ahogó mi único hijo, mi pobre Grischa. Loca de dolor me fui al extranjero para no volver a ver más ese río fatal. Entonces cerré los ojos a la realidad y huí en busca de nuevos horizontes, y mi segundo marido me siguió; era un ser grosero, que me trataba sin piedad. Compré la «villa» cerca de Menton porque él había caído enfermo y necesitaba un clima templado, y por espacio de tres años no tuve reposo, ni de día ni de noche. Éste año último, la villa fue vendida por reclamación de mis acreedores. Me instalé en París. Mi segundo marido, el infame, robóme lo que pudo, y me abandonó, para irse con otra. Traté de envenenarme… Luego me asaltó el ansia de regresar a mi país.
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    LOPAKHIN.—Excúseme por lo que voy a decir. Yo no he visto jamás personas más negligentes y ligeras que ustedes, personas tan nulas, tan negadas en lo que se refiere a los negocios. Se les advierte en ruso, de una manera explícita y clara, que su propiedad será puesta en venta, y ustedes como si tal cosa
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    LOPAKHIN.—(Mirando su reloj.) Si no hallan otra solución que más les convenga, el jardín de los cerezos será vendido en pública subasta el 22 de agosto, con toda la propiedad, sin que una pulgada de terreno se libre de la venta. ¡Decídase! No hay otra salida. Se lo juro. ¡No la hay!
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    LOPAKHIN.—¿Notable, este jardín? Lo único que tiene de notable es su superficie. Por lo demás, sus árboles no dan fruto más que una vez cada dos años, y cuando las cerezas cuajan, para nada sirven, pues nadie las compra…
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    No piensa, no tiene tiempo de pensar en mí. No me presta la menor atención. ¡Qué Dios le bendiga! Me causa pena el verle. Todo el mundo se ocupa de nuestro matrimonio, todos nos felicitan, y, en realidad, no hay nada de serio ni de real. No es más que una ilusión…
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