Sobre la libertad

A esto se refiere Haraway cuando dice: «Es importante qué materia utilizamos para pensar en otras materias; importa qué historias contamos para contar otras historias; importa con qué nudos anudas otros nudos; qué pensamientos piensan los pensamientos. [...] Debemos pensar que debemos pensar.»

Massumi: «No hay manera de escapar de las limitaciones. Ningún cuerpo puede escapar de la gravedad. Las leyes son parte de lo que somos, intrínsecas a nuestra identidad. [...] La libertad siempre surge de las restricciones: es una conversión creativa de las restricciones, no una huida utópica de ellas.»)

e parece correcto. El hecho es que nuestros cuerpos solo pueden sobrevivir dentro de una estrecha gama de condiciones.

Según Klein, el cambio climático contiene una dura lección para la libertad: que la única forma en que los humanos pueden seguir practicándola es dejar de conceptualizarla como un desafío a sus límites, y reinventarla como la práctica de adaptarse a las diversas limitaciones materiales que dan a nuestra vida su forma y viabilidad.

«Si el Antropoceno proclama una repentina preocupación por la exposición a daños medioambientales de las comunidades liberales blancas, lo hace a raíz de historias en las que estos daños se han exportado a sabiendas a comunidades negras y latinas bajo la rúbrica de civilización, progreso, modernización y capitalismo»,

Esto significa que, como dice Wallace-Wells, «no importa cuánto se caliente, no importa hasta qué punto el cambio climático transforme el planeta y la forma en que vivimos en él: en la próxima década puede que aumente el calentamiento y el sufrimiento, o puede que disminuyan los dos. Depende de nosotros, y siempre será así»

Pero cada vez más parece que una esperanza y una desesperación implacables pueden ser las «dos caras de la misma moneda emocionalmente inmadura y con demasiados privilegios», como ha dicho Mary Annaïse Heglar, que escribe sobre justicia climática.

«Sucumbir a la esperanza» puede sonar extraño para aquellos condicionados a creer que la esperanza es la única manera de actuar correctamente.

Nuestro momento presente es doloroso en parte, como dice Haraway, porque «sabemos demasiado y demasiado poco», un dilema epistemológico que puede empujarnos a «sucumbir a la desesperación o la esperanza».

En qué punto estoy obligada a darme cuenta de que mi deseo de malas noticias –«No se ande con rodeos, doctor»– refleja mi propio anhelo de poner fin a la indeterminación, de dejar de moverme por ese interregno entre nacer y morir, de poner fin, por tanto, al problema de la vida.