Pero, como las estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora. Por medio de los símbolos de las densas tinieblas y el horno humeante, Dios había revelado a Abraham la servidumbre de Israel en Egipto, y había declarado que el tiempo de su estada allí abarcaría 400 años. Le dijo: “Después de esto saldrán con grande riqueza”. Y contra esa palabra se empeñó en vano todo el poder del orgulloso imperio de los faraones. “En el mismo día” señalado por la promesa divina, “todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto”.
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