En busca de mi autoestima

También pueden desarrollarse crisis de pánico, por miedo a volver a “decepcionarse o frustrarse”. O se manifiestan los rasgos evitativos de personalidad, para quienes es mejor no hacer nada, por lo que evitan salir, estudiar, trabajar, hacer contactos sociales. Ellos piensan o sienten que no son nada (lo que muestra muchas veces una autoestima gravemente dañada), por lo tanto es mejor no hacer nada y con esto previenen posibles fracasos

Es decir, no tenemos en las manos ni al pasado ni al futuro, solo al presente, al aquí y ahora. Presente es estar sentado leyendo, respirando, comiendo algo, sintiendo al cuerpo que nos acompaña. Pero, ¿se han dado cuenta, de que ese presente, tan real y vívido lo hemos olvidado? ¿Cómo sentir paz en momentos de paz, si la mente anda divagando en otros lugares?

No dejes de lado tu vida por un otro. En la independencia brillas con tu propia luz.

Lo tragicómico es que si la mayoría de la población está haciendo esto en sus mentes, estamos alimentando a los demás de lo mismo y criando niños que se preocuparán de seguir estos parámetros. Es decir, habría un círculo vicioso, continuaríamos engendrando seres humanos con tendencia a frustrarse y a depender de las acciones y opiniones de los demás, más que del propio mundo interior, alejándonos cada vez más del sí mismo y de la espiritualidad, de nuestra verdadera esencia.

Podemos observar que la intolerancia a la frustración aparece tras expectativas que se tienen frente a algo, y si no se cumple esa expectativa, ocurre una decepción de los otros, del mundo y de sí mismo. Y después de esto, pueden aparecer síntomas de desequilibrio emocional. Lo importante es comprender que estas son expectativas rígidas, absolutis

que dificulta más esta situación es que las personas muchas veces no son conscientes de sus expectativas, creyendo que solo ven la “realidad”. Por eso es recomendable, cada vez que se sientan frustrados, pensar: ¿qué esperaba yo que pasara?, o ¿qué esperaban mis padres? Ya que a veces seguimos las expectativas de los otros, y las asumimos como propias para complacer y “quedar bien” frente al mundo

Donde la realidad es evaluada si yo o el mundo reacciona a ciertos parámetros rígidos que tenemos incorporados sobre lo que “se supone que es lo mejor” según cada individuo.

Tengo que terminar mi tarea hoy.
Debo llegar puntual.
Debo hacer bien el aseo, todo, completamente bien.
Tengo tres compromisos que cumplir mañana.
Debo sacarme un buen puntaje en la prueba.
No debo ser grosero con los demás.
No tengo que descontrolarme frente al público.
Debo vestirme impecable.
No debo mostrar suciedad.

El sentido del tengo y debo se desarrolla en la persona de manera tal, que se está siempre haciendo o siguiendo expectativas altas. Y eso es agotador. Tengo y debo son ideas absolutas con respecto a una realidad, es una obligación que no se puede abandonar fácilmente, y entre mejor lo haga, mejor mi autoestima y la posibilidad de ser aceptado por los otros. Así, incluso se hace un “disco rayado” con tales órdenes, es decir, un ruido mental que no cesa dentro de la cabeza: “tienes, debes”, como un pequeño diablillo que habla y domina las acciones. Y no se detiene, de hecho nunca se detendrá, hasta que uno mismo lo cese.
En este ámbito se encuentran los rasgos de personalidad obsesivos compulsivos, o la tendencia al perfeccionismo. De “hacer bien los tengo y

ras, destructiva.
La desconexión consigo mismo hace que la opinión personal no sea la última válida, sino la del otro, pero no cualquier otro: en ocasiones son otros pares, otros significativos u otros personajes que se admiran o que tienen grados superiores a uno. Eso depende de cada individuo.
Por ejemplo, a Paula le puede interesar la opinión de su vecina acerca de cómo se ve su casa por fuera, pero a Mauricio eso le da lo mismo. A él le interesa la opinión de su jefe acerca de cómo hace su trabajo, de eso se preocupa.
Esta desconexión, ese cable desenchufado del centro de uno mismo, hace que las personas no se conozcan ni validen sus propias necesidades. No se les ocurre qué estudiar, qué ropa escoger, qué cocinar. Cuando toman decisiones dudan de sus propios gustos: “¿Me queda bien ‘x’ pantalón?, ¿quedó rico el arroz?, ¿qué me gustaría estudiar o hacer?”. En sus historias de vida, no tienen la ex

“Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas.
Ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda”.
“Vergüenza”, Gabriela Mistra