Le parecía que miraba a otras mujeres, le decía que había engordado, se quejaba de la comida, de lo que ella decía, censuraba cómo hacía las cosas en casa. Se sentía como una idiota.
Después de quedarse embarazada, él había empezado a pasar más tiempo fuera de casa. Explicaba su ausencia arguyendo que el número de alumnos crecía sin parar y que necesitaban más dinero para ampliar la casa y así tener más espacio. Últimamente, también se ausentaba por las noches, y regresaba a casa extenuado. No tenía ganas de hablar, no tenía ganas de estar con ella como antes. Ella no decía nada cuando él se acostaba nada más llegar, no se atrevía a hacerlo enfadar. En los últimos meses se irritaba con facilidad. Tampoco tenía tiempo para David, que se quedaba despierto esperándolo. Muchas veces ella se había sentado con él en la escalera de la casa para explicarle que Samsara tenía que trabajar, y que, tan pronto como el pequeño que crecía en su interior naciera, todo iría mejor. Pero era como si David no la creyera.
Oyó la puerta de la calle y los pasos rápidos de David sobre el suelo.