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Sara Gallardo

Los galgos, los galgos

  • samirasazohernandezhar citeretfor 2 måneder siden
    El país del humo
  • samirasazohernandezhar citeretfor 2 måneder siden
    Le siguieron Pantalones azules
  • maria celia vilchehar citereti forgårs
    n el día recién nacido tenía la impresión de que las cosas me estaban dedicadas. El pasto pesado de rocío, el aire nuevo, los pájaros, hasta los galgos y los árboles parecían, otra vez, regalos.
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    sangre de los desdichados indios y cristianos me parecía parte del regalo.
  • maria celia vilchehar citereti forgårs
    Allí el viento movía los juncos, moteados por racimos color rosa de huevos de ampularia. Allí mil pajarracos cambiaban gritos, se zambullían, aparecían y desaparecían bajo el agua cubierta por algo como un tapete de billar. En la orilla se secaban las cáscaras vacías de las ampularias engullidas por un pájaro. Y yo, sentado o caminando, sentía que todo era como un regalo inmerecido, esos pájaros, ese bañado, el monte con sus otros pájaros, la piel de culebra que de pronto encontraba entre el pasto y me hablaba de otra vida más, oculta casi a mis ojos. Veía las osamentas donde la muerte se desplegaba al aire libre como un espectáculo, caranchos con perfil de piel roja erguidos sobre los cadáveres, chimangos que eran su versión más vil, teros gritando agriamente, chajaes risibles como profesores de alemán. Hasta la
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    parientes oscuros, criollos sin pretensiones.
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    Caminaba por el monte mirando hacia arriba, atento a las diversas alturas y verdores con sus habitantes y sus ruidos. Ya lo dije, mi monte era pobre, pero me hablaba del mundo de los verdaderos, frescos, callados, inmortales árboles de los cuales estos eran solo
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    sabiendo sin embargo que el origen de casi toda la melancolía está en lo desvanecido, y que lo desvanecido desvanecido está.
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    Vino el invierno, muy frío. Una noche comimos en casa de unos amigos y nos despedimos temprano. Caminando del brazo por el desagradable viento de la calle, hablando mal pero con cariño de nuestros anfitriones, que sin duda quedaban hablando peor pero con cariño de nosotros, llegamos a casa.

    Forma de narrar

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    Aunque bosteza sin cesar, aprueba mi invasión. «Ganamos un día», murmura. Siempre lo pasa contando puntos robados a una eternidad que por algún motivo considera enemiga.
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