El papá de Alma también le hablaba mucho del abuelo, un verdadero pescador de piel curtida y manos de pulpo que había tenido que dejar su bote encallado en la arena, después de dos meses de regresar a casa con sus redes vacías, mientras los grandes barcos pasaban llevándose todo, arrancando con sus garras enormes hasta las piedras del fondo marino, secando el mar.