—¿Cuánto te debo? —pregunté mientras volvía a guardarme el portátil y el disco duro en la mochila.
—Tranquila, no me debes nada.
Arrugué la frente, desconcertada.
—En serio —me aseguró al ver mi reacción—. Todo esto son cosas que se malvenderán de todos modos.
Me lo quedé mirando, negando con la cabeza.
—Gracias, Isaac.
Él me sonrió con las mejillas coloradas y se subió las gafas con un dedo.
—Ha sido un placer.