Jorge Freire

Agitación

  • Josué Tello Torreshar citeretfor 5 år siden
    Pero ocioso es abordar vicios y virtudes en una sociedad hedonista, cuando los modelos de conducta han sido abolidos.
  • Adal Cortezhar citeretsidste år
    Ciertas experiencias se definen por su carácter excepcional. Pretender incorporarlas al mundo de lo cotidiano es la forma más efectiva de neutralizarlas. Nada hay más opuesto al exotismo que el turismo de aventura. El incesante chaparrón de estímulos y novedades es la mejor vacuna contra la voluptuosidad. Uncirse al yugo de la creatividad es una manera inmejorable de negar cualquier posibilidad futura de éxtasis dionisíaco.
  • Adal Cortezhar citeretsidste år
    Vivimos la época de la agitación perpetua. Acogotado en una perturbación sin fin, nuestro coetáneo es como un hámster que creyese, equivocadamente, que puede abolir su suplicio corriendo con más ímpetu la rueda. La sociedad hedonista prescribe un goce obligatorio que solo puede asumirse desde un carnaval indefinido, donde la euforia y el desaliento se confunden, diseminando promesas de redención por doquier: la posibilidad de una libertad total, el sueño de enseñorearse en una soberanía completa, la recuperación de lo auténtico… Todo ello, en una población mediatizada, colonizada por el periodismo y presa de un ansia inagotable por la novedad; la cultura se vuelve un artefacto de esnobismo y el arte, inscrito en una dialéctica de subversión tolerada, deja de interpelar a quien lo contempla. En su carrera indefinida por huir hacia delante, el individuo agitado va dejando un rastro de escombros y destrucción, como si del Angelus Novus se tratase, y en ningún momento se le ocurre detenerse y girar grupas para advertir que, en efecto, nadie lo persigue.
  • Adal Cortezhar citeretsidste år
    Quizá la dicha estribe en, como dijo Gottfried Benn, ser tonto y tener trabajo. Conque dedíquese, quien no quiera verse inmerso en esta espiral de idiotez, a cuidar su huerto. Sostenía Cándido, en la obra de Voltaire, antes de enarbolar su célebre apotegma, que el trabajo nos aleja de tres males: el aburrimiento, los vicios y la penuria. Aunque el trabajo sea un concepto impreciso, no es esta una mala sugerencia. En tiempos de ensoñación y tribalismo, de creencias disparatas y engaños colectivos, de culturas del malestar y malestares de la cultura, marchar a la retaguardia es la única opción. Cuando la utopía es indeseable, bien está hacer del huerto propio una heterotopía en que fundar nuestro jardín, nuestra estoa o nuestro peripato.
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    Decía Mill que quien solo conoce su propio lado del asunto, conoce poco de él. Las personas más inteligentes que conozco siguen el método bayesiano a la hora de conducirse por el mundo y, tal y como prescribía el reverendo Thomas Bayes, actualizan el grado de crédito que otorgan a una creencia en función de las nuevas evidencias. Negar los frutos de la información empírica y encastillarse entre las almenas de la teoría es la mejor forma de convertirse en un «intelectual aunque idiota», en expresión de Nassim Taleb, que ha dedicado parte de sus últimos libros a criticar la «ilusión Harvard-Soviet» que, a su juicio, produce la siguiente paradoja: mientras que para la gente de a pie es inválido lo que funciona en teoría pero no en la práctica, para los académicos lo que solo funciona en la práctica es inexistente.
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    Decía Confucio que quien gobierna su virtud es comparable a la estrella polar, que permanece en su sitio mientras los demás astros giran a su alrededor. ¿Hay en estos días una aspiración más alta?
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    Pero el Homo agitatus es algo más que un yonqui de la información instantánea. Ora envía bulos conspirativos sobre inmigración a altas horas de la madrugada, ora conmina a acudir a una marcha con antorchas por una hipotética república. Y es que la agitación es, como intuyeron Münzenberg y Goebbels, el precipitado fértil de la propaganda.
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    Pierden el tiempo quienes piensan que la lectura los volverá mejores. Movidos, de nuevo, por una estrategia publicitaria, han hecho del bovarismo una especie de preceptiva ética, como si leer folletines los volviera más listos, más altos y más guapos. Por desgracia, nada demuestra que pasar la tarde leyendo a Murakami sea mejor que cualquier otro tipo de holganza, como ver películas de superhéroes o mirar por la ventana.
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    Decía Cyril Connolly que «el ser humano es un árbol frutal cuya razón de ser es su propia fruta, fruta cuyo valor no tiene comparación con el del árbol; sin embargo, a menos que disfrute de sus años de reposo, y se colmen sus necesidades de sol y de lluvia, la fruta nunca madurará». En los talleres medievales los maestros debían realizar un juramento en gracia del cual se comprometían a mejorar las habilidades de sus catecúmenos, de manera que no pudieran aprovecharse de estos convirtiéndolos en mano de obra barata. Bueno es recordar que la primera tarea del docente es evitar que el fruto caiga fuera de surco, so peligro de agostarse, y la segunda, ayudar a que crezca con vigor.
  • Adal Cortezhar citeretsidste år
    Nuestra sociedad, dice Han en La sociedad del cansancio, «toma al tiempo mismo como rehén. Lo encadena al trabajo y lo transforma en tiempo de trabajo. El tiempo de trabajo es un tiempo sin conclusión, sin principio ni fin. No exhala aroma. La pausa, como pausa de trabajo, no marca ningún otro tiempo. Es solo una fase del tiempo de trabajo. Hoy no tenemos más tiempo que el del trabajo. El tiempo de trabajo se ha totalizado como el único tiempo. Hace mucho que hemos perdido el tiempo de la fiesta. Nos es completamente extraño el final del trabajo como final de la fiesta. Nos llevamos el tiempo de trabajo no solo a las vacaciones, sino también al sueño. Por eso hoy dormimos tan inquietos».
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