Salí a la superficie rápidamente y vi cómo el caballo se adentraba salpicando en el agua y su jinete me tendía la mano.
—Agárrese a mí —pronunció la voz que menos deseaba oír.
Me negué a alzar la vista.
—No, gracias —rehusé intentando con desesperación ponerme en pie.
—¿No, gracias? —repitió la voz entre desconcertada y divertida.
Llegué hasta la otra margen del río, medio caminando, medio nadando. Esa vez había tenido mucho más éxito para salir del agua, aunque sin duda el incentivo era mayor. Me puse en pie con dificultad.
—Soy perfectamente capaz… —empecé a decir.
En ese momento me pisé la falda empapada y acabé cayendo de bruces en el barro. Volví a ponerme en pie de un salto.
—Perfectamente capaz, se lo aseguro, señor, de caminar por mi propio pie.
Se lo demostré alejándome del río tan deprisa como me fue posible. Oí al caballo salir del agua y venir tras de mí. Seguí mirando hacia otro lado tratando de ignorar al hombre que me seguía y rezando para que no hubiese podido verme bien el rostro.
Oí el frufrú del cuero cuando desmontó y noté cómo se situaba a mi lado.
—¿Puedo preguntarle qué hacía escondida junto al río, Marianne?