Enseguida adiviné que me hallaba ante un hombre abrumado que contenía todo su sufrimiento con las puntas de los dedos para no dejarse aniquilar por él. Y en aquel instante…, en el instante preciso en que la bolita fue a caer con un ruido seco en la casilla y el croupier cantaba el número…, en aquel segundo, las dos manos se separaron para abatirse aplomadas como dos bestias alcanzadas por un mismo tiro. Se abatieron ambas realmente desfallecidas, inertes, con una plástica expresión de extenuación, de desengaño, como heridas por un rayo, como una existencia que se apaga, y en forma tal, en fin, que no encuentro palabras con que expresarlo. Nunca había visto y nunca más veré unas manos tan elocuentes, en las que cada músculo parecía estar dotado de palabra y en las que el sufrimiento parecía exhalarse por cada poro.