Pienso en los hombres y mujeres bondadosos, que consuelan a diario pero son invisibles para la sociedad, toda una corriente ininterrumpida de consuelo dado y recibido, desde la discreción, desde una tranquila humildad, que ayuda a todo grupo humano a sostenerse. Sin el consuelo, expresión de bondad frente a la angustia, expresión de compasión en gestos y palabras, el mundo sería sombrío, duro, irrespirable. Ante lo que nos aflige a nosotros y a los demás, consolar mejor que lamentar.
Porque la consolación es un remedio para el presente (alivia) y para el futuro (permite vislumbrar el futuro como algo distinto a un extenso territorio de desolación). Y tal vez incluso un remedio para el pasado: el consuelo de hoy borra las penas no consoladas de ayer, como el amor.