Sanar la culpa

En el fondo de la persona con complejo de culpa hay muchas inseguridades y una búsqueda incansable del perfeccionismo con un alto nivel de autoexigencia. La persona que sufre complejo de culpa quiere evitar a toda costa que alguien le critique. Busca ante todo que los demás le reconforten y le disuadan de la culpabilidad, y le recuerden siempre lo responsable y eficaz que es.

existe un tipo de culpa o remordimiento en algunas personas llevado hasta el extremo. Lo viven quienes se sienten culpables por todo, y su remordimiento les persigue como si de su propia sombra se tratase. Este sentimiento de culpa no está sujeto a razones lógicas, sino a creencias erróneas, aprendidas a través de una educación represiva y culpabilizadora.

Los remordimientos contribuyen a una pérdida de confianza, nos acaban ahogando si los dejamos, cuando consideramos la causa de nuestro remordimiento y nos decimos honestamente: «Si lo hubiera sabido no lo habría hecho o dicho».

Es un claro indicador que nos dice que hay una manera correcta e incorrecta de hacer las cosas. Nos lleva a tomar conciencia de los sentimientos de los demás, nos hace valorar el alcance de nuestras relaciones.

La culpa sana es un sentimiento que induce al remordimiento por alguna ofensa o equivocación, ya sean realizadas estas consciente o inconscientemente.

Mientras tratamos de modificar el pasado dejamos de vivir el presente.

Los seres humanos necesitamos tanto el reconocimiento propio como el de los demás. Un sano equilibrio en el reconocimiento podremos agradecerlo y aceptarlo si no hemos regulado mal nuestro látigo particular, que nos impide reconocernos a nosotros mismos y no ser solo carne de castigo por las culpas.

una educación legalista, puritana, demasiado autoritaria, puede generar conductas de autocastigo y de masoquismo, particularmente en personas con componentes más neuróticos y escrupulosos.

La culpa nace también como fruto de la manipulación o el chantaje emocional del otro. Surge cuando alguien tiene conductas que inoculan malestar interior capaz de desencadenar una respuesta satisfactoria para el manipulador. Es una práctica muy habitual y una forma de maltrato psicológico que se puede utilizar hostigando al otro para controlarlo en beneficio propio. Se ejerce una presión que produce en el otro confusión y una cierta sensación de obligación a ejecutar aquello por lo que es manipulado, puesto que se ha creado en él miedo.

El miedo al qué dirán es un gran motor, porque lleva a influir en las conductas. Encontrar un punto de equilibrio donde uno pueda vivir satisfecho con la aprobación de los demás es lo óptimo, puesto que nunca podemos satisfacer a todos.