Qué relevancia tiene oponer lo vivo a lo inerte, en un binarismo simplista que da por hecha la existencia y la definición de «principio vital» del cual, en su conjunto, estaría dotado lo vivo, y desprovisto lo inerte?
¿Qué propiedades, o incluso qué propiedad única, calificaría un sistema como vivo, permitiendo que las estructuras dotadas de la misma se llamaran también vivientes, bajo «otras formas» y en lugares distintos a la Tierra? ¿Podemos hablar de un «origen de la vida», que dataría la aparición de tal propiedad dentro de una cadena evolutiva? ¿Podemos imaginar el proceso por el cual esta propiedad habría «emergido» de un mundo no vivo, sin recurrir a la generación espontánea o al acto de creación? ¿De dónde viene que mantengamos la oposición entre lo inerte y lo vivo, como algo demostrado y estructurante? ¿La «naturaleza» con la que el ser humano establece relaciones (como mínimo, distanciadas y sujetas a profundos debates), integra lo inerte en lo vivo? ¿Por qué sería importante para nosotros la existencia o no de vida fuera de la Tierra?
¿No sería apropiado cuestionarnos tales preguntas?