Entre mundo emocional y mundo cognitivo existe una influencia constante y recíproca, en la que no son, sin embargo, las cogniciones sino las emociones las que, a partir de sus deseos, necesidades o placeres, inducen al sujeto a proteger de un modo distorsionado sus propias convicciones. Nos encontramos así en el ámbito de la lógica del autoengaño (Nardone, 2015; Elster, 1979; Da Costa, 1989a, 1989b), el proceso mental con el que construimos una creencia útil y protectora para no sufrir por una realidad incómoda: el cónyuge traicionado es el último en saberlo para no sufrir demasiado; el padre niega la evidencia de su hijo drogadicto; el científico selecciona únicamente las informaciones que sostienen sus teorías y excluye todas las demás. Para evitar el sufrimiento la mente nos engaña, haciéndonos creer en algo que es falso pero que resulta útil considerarlo verdadero.