Mi sangre tiene vida propia.
Y me odia, me odia con razón. Ansía vengarse de mí, torturarme antes de acabar conmigo y con los míos.
Sin embargo, hace apenas cinco semanas yo era un hombre feliz con mi mujer y mi hija.
Hasta que me notificaron que mi regimiento partía hacia Irak. La guerra de las supuestas armas de destrucción masiva; la guerra del todos contra la guerra, pero a pesar de ello guerra. La guerra de Bush, Blair y Aznar. Y, gracias a Aznar, de repente también mi guerra.
Al principio no sentí miedo, ni vértigo; solo estupor, cierta incredulidad ante el hecho de que, inesperadamente, iba a traspasar el umbral de algo que nunca imaginé.
Un militar es un profesional extraño; si se trata de un buen hombre se prepara para su oficio con la esperanza de no tener que desempeñarlo jamás. Al menos, ese era mi caso. Irak, misión oficialmente humanitaria; Irak, posibilidad real de morir. Pero era un sargento médico profesional, voluntariamente reenganchado tras el servicio militar. En su momento había preferido esa