Los brotes negros

No sabía que mi memoria acabaría conmigo

Enfermar para escribirlo. Si es que la escritura misma no es algún tipo de dolencia, un mal mal diagnosticado

perdonar un solo día a la semana. Ya que la cabeza no me funcionaba, pondría a trabajar los músculos, las piernas: llevaría mi ridícula gesticulación al agua, haría de mis aspavientos disciplina.

Mi torpeza a la hora de poner sobre el papel las cosas que me duelen puede ayudar a relativizarlas

Esta cabeza de otra persona. Este cráneo violeta. ¿Por qué no puede callar?

Sé que hay personas que me ven como alguien fuerte, en cuanto al carácter y a la decisión; yo no me percibo así a mí mismo: a veces me embarga una sensación de desvalimiento que es más propia de un niño, y que no se corresponde con la situación en la que estoy

en los últimos tiempos he sentido tristeza con más frecuencia que ansia

Pero uno, además, es mucha gente.9 Con tantas voces en la cabeza, ¿cómo puedes oír la tuya?10

Me irrita la perplejidad con que los amigos reciben las noticias sobre su enfermedad y se recrean en los detalles de sus expresiones. ¿Y qué tiene de raro? ¿Acaso no hemos vivido siempre en pleno brote?

«¿Cómo haces para evitar caer en pozos de autocrítica?» Respondo alguna estupidez sobre inteligencia emocional, que, a principios de los noventa, es la jerga de moda, mientras pienso que cómo podría evitarlo. Que vivo ahí