El ladrón del rayo

Cuando me mira, es como si sólo viera las cosas buenas que tengo, ninguna de las malas.

era lo más bonito que había hecho nadie por mí aquel día.

Había pasado cientos de kilómetros preocupado por un amigo que me traicionaría, pero aquellos amigos jamás podrían hacerlo.

Durante todo el viaje a la ciudad soporté a Nancy Bobofit, la pelirroja pecosa y cleptómana que le lanzaba a mi mejor amigo, Grover, trocitos de sándwich de mantequilla de cacahuete y ketchup al cogote.

Me llamo Percy Jackson.

Tengo doce años. Hasta hace unos meses estudiaba interno en la academia Yancy, un colegio privado para niños con problemas, en el norte del estado de Nueva York.

¿Soy un niño con problemas?

Sí.

Podríamos llamarlo así.

Ser mestizo es peligroso. Asusta. La mayor parte del tiempo sólo sirve para que te maten de manera horrible y dolorosa.

Mira, yo no quería ser mestizo.

Grover, como mentiroso no te ganarías la vida.

—¿Mi padre? —pregunté perplejo.

—Poseidón —repuso Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas, padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar

Cuídate, sesos de alga