Benjamín Labatut

Un verdor terrible

  • Pamela Ipinza Mayorhar citeretfor 5 dage siden
    Décadas antes, un antecesor del veneno utilizado por los nazis en sus campos de la muerte –el Zyklon A– había sido rociado como pesticida sobre las naranjas del estado de California, y empleado para despiojar los trenes en los que decenas de miles de inmigrantes mexicanos se escondieron al entrar a los Estados Unidos. La madera de los vagones quedaba teñida con un hermoso color azulado, el mismo que puede verse hasta el día de hoy en algunos de los ladrillos de Auschwitz; ambos remiten al verdadero origen del cianuro, derivado en 1782 del primer pigmento sintético moderno, el azul de Prusia.
  • Berenice Torreshar citeretfor 10 dage siden
    Es extraño, me dijo, ver tanta exuberancia antes de la muerte.
  • Berenice Torreshar citeretfor 10 dage siden
    el científico que inventó los fertilizantes nitrogenados modernos –un químico alemán llamado Fritz Haber– fue también el primer hombre en crear un arma de destrucción masiva, el gas de cloro, que vertió en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Su veneno verdoso mató a miles y dejó a incontables soldados arañando sus gargantas a medida que el gas burbujeaba dentro de sus pulmones, ahogándolos en sus propias flemas y vómitos, mientras que su fertilizante, que logró cosechar del nitrógeno que está presente en el aire mismo de la atmósfera, salvó a cientos de millones de la hambruna y alimentó nuestra actual explosión demográfica. Hoy en día el nitrógeno abunda, pero en siglos pasados hubo grandes guerras para acaparar mierda de murciélagos y aves, mientras que las tumbas de los faraones egipcios fueron saqueadas por ladrones que no buscaban oro ni joyas sino el nitrógeno escondido en los huesos de las momias y de los miles de esclavos que fueron enterrados junto a ellas.
  • Berenice Torreshar citeretfor 22 dage siden
    El quiebre que planteaban era brutal. La física ya no debía preocuparse de la realidad, sino de lo que podemos decir sobre la realidad.
  • Berenice Torreshar citeretfor 22 dage siden
    Un objeto cuántico no tiene propiedades intrínsecas. Un electrón no está en ningún lugar fijo hasta que se lo mide; solo en este instante aparece. Antes de la medición, no tiene ningún atributo; antes de la observación, ni siquiera se puede pensar en él. Existe de una manera determinada cuando es detectado por un instrumento determinado. Entre una medición y otra, no tiene sentido alguno preguntar cómo se mueve, qué es, ni dónde está.
  • Berenice Torreshar citeretfor 22 dage siden
    Para Heisenberg, ya no se podía hablar de ningún fenómeno subatómico con certeza absoluta. Donde antes había una causa para cada efecto, ahora existía un abanico de probabilidades. En el sustrato más hondo de las cosas, la física no había encontrado una realidad sólida e inequívoca como la que añoraban Schrödinger y Einstein, regida por un dios racional que tiraba de los hilos del mundo, sino un reino de maravilla y extrañeza, hijo del capricho de una diosa de múltiples brazos jugando con el azar.
  • Berenice Torreshar citeretfor 22 dage siden
    Una partícula tenía muchas maneras de atravesar el espacio, pero elegía una sola. ¿Cómo? Por puro azar.
  • Berenice Torreshar citeretfor 22 dage siden
    siempre habría algo que permanecería borroso, indeterminado e incierto, como si la realidad nos dejara ver el mundo de forma cristalina con un ojo a la vez pero nunca con los dos.
  • Berenice Torreshar citeretfor 22 dage siden
    Heisenberg había olvidado toda la maldita discusión entre ondas y partículas, y se había centrado una vez más en los números para encontrar el camino. Analizando las matemáticas de Schrödinger y las suyas, había descubierto que ciertas propiedades de un objeto cuántico –como su posición y su cantidad de movimiento– existían de forma pareada, y obedecían a una extrañísima relación. Cuanto más precisa era la identidad que adoptaba en una de ellas, más incierta se volvía la otra.
  • Berenice Torreshar citeretfor 22 dage siden
    había entendido que los objetos cuánticos no tenían una identidad definida, sino que habitaban un espacio de posibilidades. Un electrón, explicó Heisenberg, no existía en un solo lugar, sino en muchos; no tenía una velocidad, sino múltiples. La función de onda mostraba todas esas posibilidades superpuestas.
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