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Didier Eribon

Regreso a Reims

  • Antonella Contihar citeretfor 5 måneder siden
    me fue más fácil escribir sobre la vergüenza sexual que sobre la vergüenza social.
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    Aquello de lo que nos arrancaron o aquello de lo que nosotros mismos nos arrancamos continúa siendo parte integrante de lo que somos.
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    os movimientos colectivos, al dar a los individuos el medio para constituirse como sujetos de la política, les ofrecen, al mismo tiempo, las categorías a través de las cuales pueden percibirse a sí mismos. Estos modos de leerse a sí mismo se aplican al presente, por supuesto, pero igualmente al pasado. Los esquemas teóricos y políticos preceden e informan la manera en la que uno se piensa a sí mismo y así crean la posibilidad de una memoria colectiva e individual a la vez: es a partir de la política contemporánea que uno mira hacia atrás para reflexionar sobre la manera como se ejercieron los mecanismos de dominación y sometimiento y cómo se efectuaron las reformulaciones de uno mismo producidas por los procesos de resistencia, hayan sido conscientes o simplemente puestas en práctica día a día. Estos marcos políticos de la memoria definen, en gran medida, el niño que uno fue y la infancia que vivió.
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    Tener en cuenta los determinismos no equivale a afirmar que nada puede cambiar, sino que los efectos de la actividad herética que cuestiona la ortodoxia y su repetición sólo pueden ser limitados y relativos: la “subversión” absoluta no existe, como así tampoco la “emancipación”; en un momento dado uno subvierte algo, se desplaza un poco, realiza un gesto de
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    no hay que soñar con una “liberación” imposible; como mucho, se pueden atravesar algunas fronteras instituidas por la historia y que ciñen nuestras existencias.
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    la transformación de sí mismo nunca se efectúa sin integrar los rastros del pasado: ese pasado se conserva, simplemente, porque se trata del mundo en el que uno socializó y que sigue presente en gran medida tanto en nosotros mismos como a nuestro alrededor, dentro del mundo en que vivimos. Nuestro pasado sigue siendo nuestro presente. En consecuencia, uno se reformula, se recrea (como una tarea que hay que retomar indefinidamente), pero no se formula ni se crea.
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    El insulto es una cita tomada del pasado. Sólo tiene sentido porque fue repetido por tantos otros locutores anteriormente: “Una palabra vertiginosa, venida del fondo de las eras”, como dice un verso de Genet. Pero también representa, para la persona a la que está dirigido, una proyección hacia el futuro: el terrible presentimiento de que esas palabras y la violencia que cargan lo acompañarán durante toda su vida. Volverse gay es volverse el blanco —y darse cuenta de que uno ya era el blanco potencial incluso antes de convertirse realmente en él, e incluso antes de tener conciencia de ello— de un vocablo oído mil veces y cuya fuerza injuriante se conoce desde siempre.
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    Cuando rememoro esos años de mi adolescencia, Reims aparece no sólo como el lugar de un anclaje familiar y social que debía abandonar para poder existir de manera diferente, sino también —y fue igualmente determinante en lo que guio mis elecciones— como la ciudad del insulto. ¿Cuántas veces me trataron de “puto” u otras palabras equivalentes? No sabría decirlo. Desde el día en que lo conocí, el insulto nunca dejó de acompañarme. Ah, cierto, lo conocía desde siempre… ¿Quién no lo conoce? Se lo aprende cuando se aprende a hablar. Incluso antes de saber lo que significaba, lo oía tanto en mi casa como fuera del hogar.
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    Aquí puede verse claramente que el valor de los diplomas está estrechamente ligado con la posición social: no sólo mi dea no había constituido una vía de acceso a la tesis, como sí lo había sido para otros, ya que para eso me hacía falta dinero para vivir mientras la escribía (si no, uno se obstina en creer que la está escribiendo, hasta el día en que tiene que rendirse a la evidencia: uno no la escribe porque tiene un empleo que devora todo su tiempo y energía), sino que además —y aquí enuncio una verdad cuya obviedad es tan flagrante que es inútil que me entretenga demostrándola— tal diploma reviste distinto valor y ofrece distintas posibilidades según el capital social del que uno disponga y el volumen de información necesaria sobre las estrategias de reconversión del título en salida profesional. En tales situaciones, la ayuda de la familia, las relaciones, las redes de conocidos, etc., todo confluye para darle al diploma su verdadero valor en el mercado del trabajo. Hay que decir que yo casi no tenía capital social. O, para ser más precisos, no tenía.
  • Antonella Contihar citeretfor 5 måneder siden
    la ignorancia de las jerarquías escolares y la falta de dominio de los mecanismos de selección lo llevan a uno a tomar las decisiones más contraproducentes, a elegir los trayectos condenados, mientras se asombra por haber accedido a lo que quienes saben evitan cuidadosamente. En efecto, las clases desfavorecidas creen estar accediendo a las posiciones de donde antes se las excluía, pero para cuando acceden a ellas, dichas posiciones ya han perdido el lugar y el valor que tenían en un estadio anterior del sistema. La relegación se efectúa más lentamente, la exclusión se produce más tardíamente, pero la distancia entre dominantes y dominados sigue intacta: se reproduce desplazándose. Es lo que Bourdieu llama “traslación de la estructura”.4 Lo que se denominó “democratización” es una traslación en la que la estructura, más allá de las apariencias de cambio, se perpetúa y se mantiene casi igual de rígida que antes.
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