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Roberto Calasso

El Cazador Celeste

Mitos, ritos, constelaciones, poesía: Roberto Calasso viaja por las formas de comunicación entre lo humano y «lo invisible» y traza un recorrido por el origen y el devenir de la cultura europea. 
Un día que, en verdad, abarcó miles de años, Homo hizo algo que nadie había intentado nunca: empezó a imitar a los otros animales, a sus depredadores. Fue así como se volvió cazador. Ese larguísimo día resulta, hoy, remoto, pero sus huellas persisten, aunque ya nadie parezca interesado en indagarlas. Los ritos y los mitos mezclaron las trazas de ese comportamiento con algo que la Antigua Grecia llamó tò tehîon: lo divino, estrechamente emparentado con lo sagrado y con la santidad. Muchas culturas, distantes en el espacio y en el tiempo, asociaron estos acontecimientos, dramáticos y eróticos, con una cierta región del cielo, entre Sirio y Orión: el lugar del Cazador Celeste. Sus historias tejen la trama de este libro, e irradian en múltiples direcciones: desde el Paleolítico hasta la máquina de Turing, pasando por la Grecia antigua y Egipto, y explorando las múltiples conexiones latentes en el seno de un territorio a la vez único e ilimitado, la mente.
Después de El ardor, donde Calasso indagaba en la trama de los ritos sacrificiales que practicaron todas las culturas y religiones (y cuya  –aparente— desaparición en la era moderna no deja de tener resonancias trágicas, como también demostró en La actualidad innombrable), este libro vuelve sobre la compleja y fascinante configuración de aquella (enorme) parte de nuestro mundo que el racionalismo y el cientificismo dejan de lado.
¿Por qué Zeus permite que su hermano Hades rapte a su hija Perséfone, para desesperación de su madre, Deméter? ¿Cuál fue, por cierto, «la última noche de Zeus en la Tierra»? ¿Qué fue lo que más sorprendió a Heródoto de los magos egipcios durante su viaje por el Nilo? ¿Por qué el poeta Ovidio, que compiló esa enciclopedia monumental de la mitología clásica que son Las metamorfosis, se preocupó de escribir sobre algo tan aparentemente fútil como la cosmética o el arte de la seducción? ¿En qué se apoya la teoría de que, antes que a los grandes felinos predadores, Homo imitó a las hienas?
El lector recorrerá estas páginas como en un trance: un recorrido por las formas de comunicación entre lo humano y «lo invisible»; unas formas que viven en un presente continuo. Porque esta narración es la novela de cosas que parecen muy lejanas y que, sin embargo, están entre nosotros, a poco que permitamos a Calasso indicarnos hacia dónde mirar.
485 trykte sider
Oprindeligt udgivet
2020
Udgivelsesår
2020
Oversætter
Edgardo Dobry
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Citater

  • Héctor Rojohar citeretfor 21 dage siden
    El chamán estaba obligado a actuar en un mundo que a los demás se les escapaba. Allí, si se batía con otro chamán, llamaba en su ayuda a escuadras de espíritus auxiliares. Tenía una mirada ardiente, que a veces velaba con una gorra orlada. Como el arco del cazador, así era el tambor del chamán. El arco permitía al cazador transformarse en un animal que salta, fulmíneo, con una prisa mortal. El tambor era el lago en el que el chamán se zambullía para entrar en un mundo que los otros no veían. Antes que nada, era necesario encontrar el tronco del que había sido sacado el círculo del tambor. Al golpear el tambor, el chamán contaba la historia de ese árbol. También la piel del tambor hablaba. Contaba cómo había vivido hasta que un cazador la había herido. El tambor es el árbol y el animal que fueron matados. El chamán se vuelve ese árbol y ese animal. En este punto el tambor comenzaba a guiar al chamán. Era una pluma, una cabalgadura. El chamán se agarraba al tambor como a la cabellera de un caballo.
  • Héctor Rojohar citeretfor 21 dage siden
    Los mundos son tres y los hombres normalmente están en el del medio. Los chamanes, en cambio, están en todos ellos. A veces tocan con la cabeza uno de los mundos, pero tienen los pies apoyados en otro. En los tres mundos existe la misma cantidad de vida, de hierba, de presas, de hojas. Los espíritus, a veces, son más pequeños que los mosquitos. Otras veces, si se mira desde lejos, parecen montañas.
  • Héctor Rojohar citeretfor 21 dage siden
    Las grandes ciudades son herederas de esos lugares donde por primera vez se tuvieron reservas de alimento en altos cántaros guardados en almacenes. Los cazadores no podían sino ignorar las reservas. No llevaban inventarios ni anales.

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