Como una novela

Sólo se ha extraviado.
Es fácil de recuperar

El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive en grupo porque es gregario, pero lee porque se sabe solo. Esta lectura es para él una compañía que no ocupa el lugar de ninguna otra pero que ninguna otra compañía podría sustituir. No le ofrece ninguna explicación definitiva sobre su destino pero teje una apretada red de connivencias que expresan la paradójica dicha de vivir a la vez que iluminan la absurdidad trágica de la vida. De manera que nuestras razoznes para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad.

El hombre que lee en viva voz se expone absolutamente a los ojos que lo escuchan.

tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para escribir, por otra parte, o el tiempo para amar.)

¿Robado a qué?

Digamos que al deber de vivir.

Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra libertad. Estamos habitados por libros y por amigos.

hay que leer, hay que leer para vivir, y eso es incluso —esta absoluta necesidad de la lectura— lo que nos distingue de la bestia, del bárbaro, del bruto ignorante, del sectario histérico, del dictador triunfante, del materialista bulímico, ¡hay que leer!, ¡hay que leer!

Otra noche, decidirá:
—¡Leo contigo

Tomará la costumbre de interrumpir nuestra lectura

Una noche, porque nos habremos saltado una línea, le oiremos gritar:
—¡Te has comido un trozo!
—¿Perdón?
—¡Te has saltado, te has comido un trozo!
—No, te lo aseguro...
—¡Dame!
Nos arrebatará el libro de las manos, y, con un dedo victorioso, designará la línea comida. Que él leerá en voz alta.
Es el primer signo

a obsesión adulta por «saber leer» no data de ayer... ni tampoco la idiotez de los inventos pedagógicos que se elaboran contra el deseo de aprender.